Gael. Mi mente estaba en un torbellino mientras observaba a Diego Slim alejarse de la habitación de Sofía. Por supuesto que su apellido me ubicaba, era un hombre millonario y con poder en México y en el mundo, pero nada me importaba menos, y ahora no podía entender cómo, de entre todas las personas, se había topado con Sofía. Y además, la había atropellado. Una sensación de ira mezclada con preocupación me invadió, y mi mirada regresó a ella, que me apretaba la mano como si fuera su ancla. —¿Cómo estás? ¿Qué te hicieron? —Gael, por favor, cálmate… esto ni siquiera es necesario… —susurró Sofía, tratando de tranquilizarme. —¿Cómo puedo calmarme cuando ese tipo está aquí y acaba de atropellarte? —mi voz sonó ronca por la tensión. Me acerqué a su cama, sintiendo cómo la frustración hacía latir mi corazón con fuerza. Sofía soltó un suspiro y apartó la mirada por un momento, como si estuviera buscando las palabras adecuadas. —Gael, fue un accidente, y ese hombre ha estado siendo muy
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