34. Golpeaste a ese hombre por mi culpa
Sucedió demasiado rápido, tanto que Calioppe ahogó un jadeo de impresión y se llevó las manos a la boca, aterrada ante la rápida reacción de su esposo. — ¡Defiéndete, desgraciado, infeliz! — bramó el brasileño, furioso. Lo había tomado del cuello sin que este pudiera ser capaz de advertirlo, tan solo abrió los ojos cuando el primer golpe impactó en su mandíbula, dejándolo desequilibrado por largos segundos. Todo el mundo se asomó al escuchar los gritos. Estaban impresionados. El patrón de Villa Dos Santos, aunque tenía un carácter de miedo, jamás había arremetido contra nadie de esa forma, parecía fuera de sí. Nadie se explicaba que sucedía; ni lo sospechaban, salvo Lisandro, que intentó intervenir. — ¡Patrón, patrón! ¡Ya suéltelo! Pero Nicholas lo ignoró, y a cambio, le propició otro golpe al hombre en el costado y lo zarandeó apretando su cuello con una mano, mirándolo fijamente a los ojos. — ¡Habla! ¿Qué razón tenías para golpear a mi esposa? — Ni…ninguna, patrón — respondió
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