Todos los capítulos de La inocente esposa del despiadado Brasileño: Capítulo 31 - Capítulo 40
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31. ¿Por qué no me dijiste que eras virgen?
Tropezaron con el ropero, las patas de una silla y la orilla de una mesa. Sus alientos se entremezclaban de forma sorprendente, sus dientes; incluso, chocaban por la urgencia del contacto. Sin preverlo, dejándose llevar como pluma al viento, fueron a dar a la cama. Las fieras manos del brasileño se posaron firmes en la cintura femenina, y, despacio, la tendió delicada sobre las pulidas sábanas. Él tomó lugar entre sus piernas, todavía saboreándola. Para ese punto, ya ninguno de los dos pensaba con racionalidad. La temperatura corporal ya estaba en su nivel más alto y ese encuentro se había convertido en una verdadera necesidad. Nicholas sabía que si cruzaba esa línea, esa que le impedía amar de verdad, no habría marcha atrás. Y ella, en su inocencia, desconocía lo que había más allá. Se desvistieron sin pudor, como si sus almas llevasen una década esperando por ese encuentro. Nick acunó la cadera de su esposa y la instó a rodearlo con una pierna de la cintura cuando al fin estuvie
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32. ¡Nadie revisará la habitación de mi esposa!
Nicholas Dos Santos estaba que se lo llevaba el diablo. Todo el mundo en la casa grande se había quedado en completo silencio, a la expectativa de sus órdenes. Él nunca había tenido motivos para dudar de su propia gente. ¡Carajo! ¡Allí nunca se había perdido un solo alfiler! ¿Por qué tendría que suceder ahora? ¿Por qué tendría que ser diferente? — Es una situación delicada — comenzó por decir, mirándolos a todos. Ellos asintieron —. Jamás hemos tenido que llegar a esto y lo saben, confío en ustedes y los considero parte de mi familia; sin embargo, no puedo dar pie a que una situación como esta se vuelva a repetir y termine por salirse fuera de mi control. Lisandro se quitó el sombrero, dando un paso al frente. — Usted dirá, patrón. — Todas las casas serán revisadas, supervisaré personalmente que así sea, y si todo está en perfecto orden, no habrá que temer a las represalias. ¿De acuerdo? — ¡Sí, patrón! — respondieron todos. Y una hora después, se había revisado meticulosamente t
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33. Te creo
Lágrimas calientes amenazaron con salir. — Yo… yo no los tomé — titubeó, asustada, no, aterrada de que una vez más él le creyera. ¡Que nunca nadie lo hiciera! Nick suspiró. — Calioppe… — ¡Tienes que creerme! ¡Yo no robé nada! ¡No soy una ladrona! — su corazón había comenzado a latir apresurado, tanto qué asustada. — Calioppe… — ¡Por favor, Nicholas, yo…! — para ese punto, sus manos temblaban. No soportaba más ser acusada de esa forma, ser incriminada — ¡Yo…! Su garganta se cerró. Le costaba enviar aire a sus pulmones. Y de un momento a otro, su mente se desconectó del resto de su cuerpo, perdiendo las fuerzas. — ¡Calioppe! — Nick la capturó antes de que pudiera desvanecerse. La cargó y recostó en la cama — Calioppe, Calioppe, mírame. Acarició su rostro con ternura y preocupación, limpiando el rastro de las lágrimas que recientemente había derramado. Sintió una dolorosa opresión en el centro del pecho. Ella tardó varios largos segundos en reaccionar, pero, en cuanto lo hizo, s
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34. Golpeaste a ese hombre por mi culpa
Sucedió demasiado rápido, tanto que Calioppe ahogó un jadeo de impresión y se llevó las manos a la boca, aterrada ante la rápida reacción de su esposo. — ¡Defiéndete, desgraciado, infeliz! — bramó el brasileño, furioso. Lo había tomado del cuello sin que este pudiera ser capaz de advertirlo, tan solo abrió los ojos cuando el primer golpe impactó en su mandíbula, dejándolo desequilibrado por largos segundos. Todo el mundo se asomó al escuchar los gritos. Estaban impresionados. El patrón de Villa Dos Santos, aunque tenía un carácter de miedo, jamás había arremetido contra nadie de esa forma, parecía fuera de sí. Nadie se explicaba que sucedía; ni lo sospechaban, salvo Lisandro, que intentó intervenir. — ¡Patrón, patrón! ¡Ya suéltelo! Pero Nicholas lo ignoró, y a cambio, le propició otro golpe al hombre en el costado y lo zarandeó apretando su cuello con una mano, mirándolo fijamente a los ojos. — ¡Habla! ¿Qué razón tenías para golpear a mi esposa? — Ni…ninguna, patrón — respondió
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35. Quédate esta noche
Llegaron a la habitación. Todo estaba en penumbras, excepto por una tímida luz plateada que entraba libre por las ventanas. — Iré por el botiquín — musitó, dirigiéndose al cuarto de baño. Volvió a los segundos. — No hace falta que hagas nada de esto — le dijo él, pero ella se acomodó en medio de sus piernas, ignorándolo. — Tu mano — le pidió con ternura. Nicholas esbozó una pequeña sonrisa, y resignado, obedeció en completo silencio. Con genuina timidez, Calioppe trabajó en las pequeñas heridas de las manos de su esposo. Desinfectó los nudillos, limpió la sangre seca y colocó polvo cicatrizante antes de envolver ambas manos con vendas. — Ya está — articuló minutos más tarde, orgullosa, después lo recogió todo para guardarlo. Él la tomó de la cintura, impidiendo que se alejara; la devolvió a su sitio. Ella lo miró con esos ojos dulces, desbordados de emociones. — Fui demasiado injusto contigo todo este tiempo — le confesó, completamente honesto. — Nicholas, yo… El brasileño l
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36. Quiero hacerlo a tu manera
Con genuina inocencia, Calioppe le hizo un espacio a su esposo en el lado de la cama. Nicholas no sabía por qué se encontraba tan nervioso; aunque si era sincero, sí lo sabía, y es que nunca había amanecido en la misma cama con ninguna otra mujer. Ella sería la primera, y algo en su interior, sabía que sería la única. Se tumbó en el espacio que ella había dejado. Ninguno de los dos sabía qué decir o hacer, salvo mirarse a los ojos, prendados. Sus respiraciones se encontraban alineadas, lo mismo que sus corazones, y es que sin proponérselo, estaban sintiendo muchísimo en ese preciso momento. — Nick… — Calio… Dijeron ambos al mismo tiempo. Rieron suavemente. Parecían dos adolescentes que no tenían ni la mínima idea de lo que era compartir un espacio tan íntimo. — ¿Estás cómoda con que esté aquí? — le preguntó él, rompiendo la tensión de largos segundos — Tienes derecho a arrepentirte en cualquier momento, yo no me molestaré. Ella sonrió con dulzura y negó con la cabeza. — Me gus
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37. Alguien llama
— No, no… por favor, Tiara, ya no más, te lo suplico. Nicholas se despertó preocupado a las tres de la madrugada al escuchar que su joven esposa se quejaba a su lado. Tenía una pesadilla, pero lo que le pareció más inquietante fue que ya había escuchado anteriormente que mencionaba el nombre de su cuñada como si le tuviera miedo. No comprendía. ¿Por qué Calioppe le tendría miedo a su propia cuñada? No la despertó, pero sí la tranquilizó acariciando sus mejillas y brazos. Después se recostó y no pudo volver a conciliar el sueño. Se quedó bastante pensativo. Como a eso de las siete, la despertó con besos en la espalda. Calioppe movió los párpados, desperezándose de a poco. Esbozó una pequeña sonrisa tras reconocer que no había estado sumergida en un sueño profundo. Era real. Él estaba a su lado. — Buenos días — escuchó esa voz contra el lóbulo de la oreja. Su respuesta fue erizarse y darse la vuelta. — Buenos días — respondió con inocencia. Él la abrazó de la cintura y escondió
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38. Quiero que sufras
— Vamos, Lilo. ¿Te comió la lengua el ratón? — preguntaron desde el otro lado de la línea en tono mordaz. Ella pasó un trago. No respondió. — Querida, sé que no esperabas mi llamada, pero es de mala educación dejar a la otra persona hablando sola. ¿Tu adorada mami no te enseñó modales? — ¡No menciones a mi madre! ¡No tienes derecho! — gruñó entre dientes. — ¡Vaya, por fin! Mira que estaba a punto de darme por vencida y colgar. — ¿Qué es lo que quieres, Tiara? ¿Por qué me llamas? — quiso saber. Era la última persona en el mundo con la que deseaba hablar. — No te creas que me hace muy feliz perder mi valioso tiempo contigo — le dijo de mala gana — Pero me he enterado de un par de cosas que me han tenido inquieta toda la mañana. — ¿De… de qué hablas? — musitó, desconcertada. ¿Por qué le importaría a ella lo que le inquietara en su día a día o no? — De ti, Lilo, hablo de ti. Me enteré de que eres feliz con tu nuevo marido y, ¿qué crees? — chasqueó la lengua — No puedo permitirlo. N
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39. ¡Estás mintiendo!
Minutos antes... Nicholas aguardaba en el jardín por su esposa cuando recibió la llamada de Horacio; el médico del pueblo. — Nick, buenos días, lamento la demora de estos días con los resultados de los exámenes, pero sabes que en esta temporada de lluvia es cuando la gente más se enferma. — Comprendo. ¿Tienes novedades para mí? — Sí, de hecho, ese es el motivo de mi llamada — dijo — En este momento acabo de enviarte los resultados a tu correo electrónico y uno de tus peones ya va de camino con lo otro que me pediste. — Gracias, Horacio, ahora mismo los reviso. Después de una amistosa despedida, colgó. Ernesto se acercó a él en ese momento con lo encomendado del pueblo. Echó un vistazo a su reloj. Calioppe no bajaba y no cometería el mismo error dos veces y juzgarla antes de saber qué pasaba, así que decidió ir a la habitación por ella. De camino, entró primero al despacho e imprimó los exámenes antes de revisarlos. Se detuvo abruptamente al inicio de las escaleras cuando las let
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40. Llegaré hasta el fondo de todo esto
Nicholas observó a Calioppe con gesto incrédulo por varios segundos. Quiso acercarse, pero su rechazo lo detuvo como si se hubiese topado con una pared de concreto. Tensó la mandíbula. — ¿Desde cuándo estás con él? — preguntó con voz pastosa. Ella pasó un trago. — Desde… desde hace un largo tiempo — contestó, no solo intentando convencerlo a él, sino a sí misma de que así debía ser, por el momento, era lo mejor para todos. — Por eso no querías casarte — dedujo. Ella se encogió de hombros —. ¿Cuál es su nombre? ¿Thiago lo sabe? ¿Lo supo todo este tiempo? — Nicholas… — Responde — exigió, contenido. — Por favor, ya. Te dije la verdad, ahora déjame tranquila, no tiene caso que sepas estas cosas — le iba a pasar por el lado, pero él la tomó fieramente de la cintura y la pegó a él. Calioppe creyó que se desmayaría. Su contacto la hizo temblar. Nicholas no pasó inadvertido ese detalle. — ¡No te creo! ¡No te creo una sola palabra de lo que dices! — gruñó en voz baja. Miró sus labios.
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