—¡Victoria! Mi Victoria, estás aquí, ¿Oye? ¿Qué tienes, querida? Vamos, despierta, no me hagas esto, ¿Está herida? Él la cargó en sus brazos, como a un bebé recién nacido, de pronto ella abrió los ojos, se encontró con el azul de cielo en su mirada. Por fin pudo ver con normalidad, ella tocó su rostro con su mano, y él sintió su delicado toque, que era como el de una rosa en su piel. —Victoria, estarás bien, lo prometo, no me dejarás solo. —Russell, me salvaste. Él sonrió, de pronto ella se acercó, fe inevitable, jamás podría rechazarla, besó sus labios con dulzura y él la aceptó, la necesitaba como el aire para respirar, mientras sus lenguas danzaban acrecentando la temperatura en aquella cueva. Las manos de Victoria se colgaron a su cuello, él apenas podía sostenerse en pie ante sus caricias, pero se volvió fuerte, sorprendido de su beso, que cuando abandonó sus labios, ella besó su cuello con delicadeza, lo encendía, cada parte de él ardía como un infierno, acunó su rostro, y l
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