Llegamos a casa tomados de la mano, bromeando y disfrutando. Esa noche la pasaríamos juntos. Justo en la puerta me abracé a su cuello y lo besé con necesidad, sus manos ardían sobre mi cuerpo y me quedaba sin aire. Con dificultad abrió la puerta y me tomó de los muslos, enredando mis piernas alrededor de su cintura. La ropa sobraba y mi piel estaba ansiosa por volverlo a sentir en la cama. Lo deseaba como nunca y toda la vergüenza que siempre se apoderaba de mí antes de intimar con él, había desaparecido, estaba dispuesta a hacer lo impensable con tal de mantenerlo entre mis piernas toda la noche. Sin prender las luces, atravesamos la estancia, sus manos presionaban mis muslos, encajando sus dedos en mi carne, enloqueciéndome con esos gruñidos que liberaba contra mi oído. Ya no podía aguantar más y él tampoco. Al llegar a la sala, compartimos un mismo pensamiento en silencio. Los sillones serían los
Leer más