Entendí las palabras de Viktor, él me veía con amor, aunque mi cuerpo no fuera el más hermoso, alababa mi belleza interior por encima de la exterior, eso era amor sincero, viniendo de un hombre como él, me hacía sentir especial. Ahora me daba cuenta de que mi físico comenzaba a atraer la mirada de hombres que no tenían la mínima intención de conocer lo que había dentro de mí, como por ejemplo Armin.
―Si estoy haciendo esto es por mí, no para llamar tu atención. No necesito tus halagos, así que guárdatelos. ―Si de alguien quería escuchar elogios, era de Viktor. Suspiré melancólica al darme cuenta del tiempo que había pasado sin verlo. ¿Él ya estaría conquistando a alguien? ¿Se habría dado por vencido y buscaría a otra chica?
―Qué carácter… ―contestó Armin divertido y prosiguió con su explicación.
―Señora Layla, ¿segura que no tiene que regresar a la fundación? ―preguntó Maggie con media sonrisa. ―Segura… He adelantado trabajo y… creí que sería agradable prepararles algo a los niños ―dije con una sonrisa torcida mientras batía la mezcla en el tazón. Mis bebés estaban en la sala viendo una película mientras yo preparaba algo de «baklava» y mis ojos solo veían la hora. Viktor no tardaba en regresar y me sentía nerviosa. ۻ El tiempo pasó, la tarde cayó, llegó la hora de dormir y Viktor no llegaba. Pasé de sentirme ansiosa a desilusionada. En verdad tenía ganas de verlo, de saber cómo estaba más allá del trabajo y su papel como padre, pero de algo tenía que estar consciente, cuando decidí irme, él no estaba de acuerdo. ¿Cómo sabía que no me odiaba? Llevé a l
―Repite después de mí: «No» ―dijo el señor Volkov con una agradable sonrisa que se me contagió. ―¿No? ―pregunté confundida. ―Así es… «No»… «No te acepto como inversionista», «No quiero que seas parte de este proyecto»… Puedes acompañarlo con un: «Aprecio tu interés, pero…» o un: «Gracias por tus atenciones, pero…». Créeme, mi niña, el «pero» es la palabra más jodida y desagradable en cualquier idioma. Siempre antecede una frase molesta o incómoda y gracias a eso, todos sabemos qué esperar cuando lo escuchamos. ―Pero… ―¡Ja! ¡Aprendes rápido! ―Rió a carcajadas y no pude evitar reír con él. ―Es que… ¿qué le diré si me pregunta por qué lo rechazo? A
Esto tenía que ser una broma de mal gusto, o por lo menos de esa forma lo veía. Me habían acomodado junto a un grupo de mujeres, nosotras seríamos los objetos para subastar. Después de vivir en un lugar donde comprar mujeres se volvía un acto cruel y humillante, no comprendía como estas chicas parecían tan felices. ―Quita esa cara ―dijo una de ellas al verme estresada―. No es tan malo que un hombre rico pague por ti y te lleve a cenar. ―¿Qué? ―La había escuchado bien, pero no tenían sentido para mí sus palabras. ―Además, es por una buena causa ―dijo otra con la frente en alto. ―Sí quieren donar dinero a la fundación, no tienen que hacerlo por medio de una subasta de mujeres… ―contesté indignada, pero pareció que a ninguna le hizo gracia.
Llegamos a casa tomados de la mano, bromeando y disfrutando. Esa noche la pasaríamos juntos. Justo en la puerta me abracé a su cuello y lo besé con necesidad, sus manos ardían sobre mi cuerpo y me quedaba sin aire. Con dificultad abrió la puerta y me tomó de los muslos, enredando mis piernas alrededor de su cintura. La ropa sobraba y mi piel estaba ansiosa por volverlo a sentir en la cama. Lo deseaba como nunca y toda la vergüenza que siempre se apoderaba de mí antes de intimar con él, había desaparecido, estaba dispuesta a hacer lo impensable con tal de mantenerlo entre mis piernas toda la noche. Sin prender las luces, atravesamos la estancia, sus manos presionaban mis muslos, encajando sus dedos en mi carne, enloqueciéndome con esos gruñidos que liberaba contra mi oído. Ya no podía aguantar más y él tampoco. Al llegar a la sala, compartimos un mismo pensamiento en silencio. Los sillones serían los
MINALa pasarela había sido un éxito, estaba agotada y aun así tuve fuerzas para ir con mis compañeras al bar. Necesitaba un trago. Las noticias de mi futuro como modelo no eran prometedoras. Aunque no era vieja, comenzaba a tocar esa edad donde dejarían de contratarme, y estaba preocupada. La vida de modelaje era lo único que me apasionaba, me gustaban los reflectores sobre mí y la admiración de todos.―Así es esta vida… ―dijo mi amiga intentando reconfortarme―. De seguro encontraremos otro lugar que nos permita seguir creciendo, tal vez hacer nuestra propia agencia de modelos. ¿No crees?―O podrían casarse con un hombre rico. Muchos buscan una chica linda que lucir como esposa ―agregó la más joven del grupo y todas comenzaron a reír
Cuando la fría brisa chocó contra mí, terminé de despertarme. Fue cuando me di cuenta de esa sonrisa tierna en el rostro de Viktor, parecía que la forma en la que ahogaba mi berrinche infantil, le era adorable. Trotamos por el parque, sabía que Viktor podía ir mucho más rápido, pero mantenía mi paso para ir a mi lado. Era curioso como todas las mujeres que pasaban cerca le dedicaban miradas lascivas y deseosas, pero Viktor seguía con la vista al frente y dedicándome de vez en vez una sonrisa tierna. Siempre que había un espacio para tomarme de la mano, lo hacía. Me sentía especial y afortunada. ۻ VIKTOR Llegamos al gimnasio y se me estrujó el estómago, conforme Layla se despojaba de sus abrigos, la mirada de cada uno de los
―¡Viktor! ―grité en cuanto se levantó del sillón y se acercó feroz hacia Armin, tomándolo por el cuello de la camisa y poniéndolo contra la pared.―¡¿Qué se supone que estás haciendo?! ¡Suéltalo! ―exclamó Mina furiosa.―Como no pudiste acercarte a Layla, ¿ahora intentas acercarte a Mina? ―preguntó Viktor entre dientes mientras su hermana se colgaba de su brazo, queriendo rescatar a Armin.―¡Suéltalo, Viktor! ¡¿Estás loco?! ―gritó Mina frustrada por no poder separarlos.―¿Tu hermana? ¡Vaya que tengo suerte! ―dijo Armin con una sonrisa torcida antes de empujar a Viktor haciéndolo retroceder―. Mina, yo
VIKTORPor petición de Layla había aceptado no meterme en la vida de Mina, por lo menos no de esa forma tan abrupta, y tenía razón. Mina era muy terca, entre más le decías que no, más se aferraba a las cosas, el ejemplo claro era su alcoholismo.―¿Señor Volkov? Lo busca el señor Ferdinand… ―dijo Elise asomándose por la puerta de mi despacho. Haciendo que mis músculos se tensaran y mi mal humor regresara.¿Qué hacía ese maldito en mi puerta? ¿Cómo tenía el atrevimiento de venirme a buscar? Apreté los dientes y antes de dar una respuesta, un par de manos se posaron en los hombros de Elise haciéndola a un lado con gentileza. Armin entró, dedicándole una sonrisa coqueta a mi se