15. No me gustan las mentiras.
Aurora había salido de su casa prácticamente corriendo, ni siquiera se preocupó por ponerse algún ungüento en el pómulo que sentía que ya estaba hinchado, ni limpiar la herida de su labio, no, lo único que ella quería era salir de esa casa. Al llegar al parque, Tony, el vigilante del turno de la mañana la miró como si estuviera viendo fijamente una escena del crimen. —¡Por Dios, niña! ¿Qué te ha pasado? Como pudo intentó regalarle una sonrisa tranquila al hombre y negó con la cabeza antes de decir: —Oh, no ha sido nada, ya sabe que soy muy traste y he tropezado en el baño, pero estoy bien. El hombre la miraba de manera dudosa y no había que ser un genio para saber que su mentira era más bien pobre, pero no pensaba ni por un segundo decirle a la gente lo miserable que era su vida fuera del parque, en su lugar le regaló una nueva sonrisa al hombre, sin importar que le hiciera doler la herida del labio y entró al parque. Lo primero que hizo fue buscar a su amiga Emily, la chica debí
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