Luego de cenar algo liviano, los dos se van al cuarto, en donde Anna se deja caer en la cama rendida, abraza una almohada y tiene toda la intención de dormirse, pero Egan tira de ella con suavidad. —Vamos a la ducha, muñequita, debes quitarte la tierra de encima porque luego no podrás dormir bien. —Pero tengo sueño, me duelen los pies, no tengo fuerzas ni para bañarme —le dice con un puchero y escondiendo la cara en la almohada. —¿Y para qué crees que te sirve el novio ahora? —la levanta sin esfuerzo y ella lo rodea con sus brazos por el cuello. —¿No estás cansado? —No, yo estoy en forma, hago mucho ejercicio casi a diario, así que puedo aguantar el ajetreo como el de hoy. La lleva al baño, la sienta en la silla y comienza a quitarle la ropa como si fuera de lo más normal, Anna no se siente cohibida para nada, porque ese hombre la ha visto así antes y ahora no se pondrá pudorosa, no tendría sentido. Esta vez Egan no aparta la mirada de su cuerpo y se lo hace saber al demorarse
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