Cuando Maximiliano llegó a la casa de su madre ella parecía estarlo esperando con demasiado buen humor.—Parece que tenían prisa por marcharse, hasta dejaron sus teléfonos aquí, pero por lo que vi cuando fui a liberarlos todo salió bien. Durmieron juntos en la misma habitación —dijo su madre con esa sonrisa que indicaba que sus planes habían salido tal como ella quería—. No me culpes por darte un pequeño empujoncito.Maximiliano sonrió también, no pudo evitarlo.Habían hecho mucho más que dormir.—¿Un empujoncito? Mamá, nos encerraste. ¿Qué necesidad había? —preguntó, a pesar de no quejarse de su intervención, hubiera preferido hacer las cosas por sí mismo.Su madre lo miró casi con lástima y después negó con la cabeza.—Delilah me salió más astuta de lo que esperaba, pero cuando ella va yo ya volví cien veces. Hice lo que cualquier madre haría, me entrometí en la vida de mi hijo para que no sigas estropeándolo —tras decirlo y sin mostrar ni un ápice de arrepentimiento, colocó encima
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