24. LLEGADA DE CONSTANZA
Estaba de lo más emocionada ante la lectura del diario, que no me daba cuenta como pasaban las horas y Dolores seguía sin aparecer. Un ruido en la planta baja, hizo que levantara la vista, el viejo reloj dio las campanadas que anunciaban las cuatro de la tarde. Dejé el diario en la mesa, colocando el cenicero de piedra que existía en su centro, y bajé con la intención de saludarla y pedirle disculpas. —Dolores…, Dolores… Llamé sin obtener respuesta alguna. Qué raro, me dije, no creo que se haya ido sin decirme nada. Aunque no la conozco bien, no parece irresponsable. Bueno, deja ver si hay más jugo. Pero al introducirme en la salita del té, había una bandeja con unas galletas y una jarra de jugo. Vaya, debió llamarme, y respiré aliviada de ver que no levitaba. Sin tomar nada, seguí hasta la cocina, sin encontrarla, aunque la comida se estaba cocinando. ¿Dónde se habría metido? Regresé a la salita de té, cogí la bandeja y la llevé conmigo. Volviendo a retomar la lectura, quería d
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