Henry no podía apartar la mirada de la mujer frente a él, tal vez había bebido demasiado vino, la luz de las velas le estaban jugando en contra, veía a su esposa de una manera diferente, las largas pestañas oscuras se movían con lentitud, las mejillas blancas se encontraban en color carmesí, sus ojos se habían vuelto pequeños gracias al alcohol y su respiración era pesada. Layla, por su parte, veía a su esposo como aquél niño del que estuvo enamorada, lo dulce y amable de su voz, su graciosa forma de buscar hacerla reír, su peculiar forma de referirse a las frutas como algo de otro mundo. La rubia se había quedado con esos bonitos recuerdos en su mente, esa persona había desaparecido pero gracias al alcohol en su sistema él aún vivía en su interior, y lo tenía frente a ella. El primero en dar un pasó fue Henry, el hombre la tomó con cuidado en sus brazos, sus ojos se encontraron y con lentitud la distancia se fue acortando, Henry probó los labios ajenos, eran suaves como u
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