El día del encuentro llegó, los esposos no habían vuelto a hablar luego de la fiesta de cumpleaños del abuelo, Layla no contestaba a las llamadas de Henry, mucho menos leía o respondía a sus mensajes. Henry quería explicar lo que había pasado esa noche, que todo había sido un accidente, que su madre los había drogado de una forma de no creer, el castaño estaba desesperado por verla, pero no encontraba oportunidad, era como si el destino se empeñara en arruinar sus encuentros. Lo maximo que había llegado a ver de su esposa en los ultimos días era su bella y pefecta espalda que era cubierta por la puerta principal siendo cerrada con fuerza, cada que salian llegaban en destiempo, no lograban coincidir para lograr dar su explicación.
Bastante cansado se sentó en una de las sillas de la gran mesa de la sala de reuniones de su nueva compañia, mirando el reloj que no parecía correr los minutos, Henry creía que desde hace veinte minutos que el reloj se detuvo en las catorce con cuaHenry se pasó las manos por su rostro con frustración, no lograba concentrarse, tenía la imagen de su esposa en la cabeza, las palabras tan extrañas que sus labios soltaron, de solo imaginar no volver a verla su corazón dolía, sentía una opresión en el pecho que le dificultaba respirar, nunca se había sentido así, esperaba verla todos los días, por las mañanas se levantaba temprano para encontrarse con ella en el pasillo, trataba de sacar conversación a la hora del almuerzo cuando se reunian con los demás socios y empleados de su empresa, pero no había forma de hacer que Layla le prestara de su atención fuera de horario laboral y él se sentía invisible, por primera vez en sus casi veinticinco años de vida, se sentía invisible. Lorenzo se sentó justo frente a él, bebiendo un té de color verde que a simple vista a Henry le causaba nauseas, pero a su mejor amigo parecía gustarle de forma increible. El chico de mirada brillante y alegre sonrió de lado, entregando un sobre a su
Layla despertó luego de dormir tres horas, había llegado tarde a casa la noche anterior y demasiado cansada, pero todo eso había pasado a segundo plano cuando vió a su esposo, se sentía horrible al casi besarlo, odiaba que Henry se adueñara de sus emociones de aquella forma, de sus acciones como esa noche, odiaba que la mirara de esa forma dulce a la que no estaba acostumbrada, odiaba que su tonto corazón bombeara a lo loco de solo recodar lo cerca que habían estado, pensó en lo que pudo haber pasado si el anciano de los Harper no hubiera estado ahí, lo que hubieran hecho si nadie los interrumpia.-Debo estar loca.Se levanta con peresa, algo mareada, dormir poco en pleno trabajo pesado no era algo bueno. Tenían que presentar este proyecto antes de un mes y solo tenía una oportunidad, no podía darse el lujo de tener distracciones en esos momentos, estaba cerca de graduarse y cumplir con su objetivo de tomar todo de su familia y los Harper, ahora no era momento para
Ambos jovenes se volvieron cercanos, Henry logró ayudar con el proyecto con el que su esposa y compañeros tanto luchaban, medio mes había transcurrido hasta el día de hoy; Layla se encontraba hablando sobre sus ideas implementadas en el proyecto, esperando poder hacer entender sus palabras a sus compañeros y demás socios, Henry se encontraba maravillado con la persona frente a él, la joven se veía tan inmersa en su trabajo que le parecía increíble, no entendía como era que se veía tan perfecta simplemente hablando, tal vez era debido a esa gran sonrisa en su rostro o la pequeña mueca que se le escapaba sin darse cuenta cuando alguna persona la interrumpía. Lorenzo pasó su atención a su mejor amigo sentado a su lado, la mirada azul no se despegaba de la chica rubia frente a ellos, Henry tenía una cara algo tonta según su amigo, Lorenzo notaba ese comportamiento extraño en el castaño, su respiración pesada y lo embobado que quedaba al ver a su esposa, aunque el hombre se lo
Layla despertó debido a las náuseas esa mañana, su esposo se encontraba durmiendo a su lado pero gracias a los ruidos se despertó yendo hacia el baño en el cual su esposa no dejaba de vomitar, tocó la puerta con preocupación, la rubia se estaba esforzando mucho en el trabajo, se le notaba cansada y con sueño. —Déjame entrar. —pidió el hombre tocando la puerta con suavidad. —Estoy bien, ya pasó. —dijo Layla mientras enjuagaba su boca. Abrió la puerta del baño para ver la cara de su esposo, el hombre estaba a centímetros del rostro ajeno, Layla le sonrió y la palma de la mano del hombre con el que se encontraba casada se posó sobre su frente, ambos corazones latiendo con rudeza, tan rápido que dolía. Henry bajó la mano con lentitud hasta la mejilla sonrojada de la chica de ojos negros, la mano pasó a la nuca y sus frentes se juntaron, Layla no sabía que hacer, se encontraba helada en su lugar, el comportamiento de su esposo cada día era más extraño y le d
Henry aún no procesaba las palabras de su amigo, le dolía lo que había escuchado, ¿hasta donde su propia familia era capaz de hundirlo? Tragó antes de que su temblorosa mano buscara su celular en el bolsillo interior de su saco, marcó el número de Layla y avisó que no llegaría a la reunión que tenían programada para esa tarde, necesitaba calmar sus nervios antes de volver al trabajo. —Maldita sea. —susurra en cuanto su pierna golpea el escritorio, deja ir un suspiro volviendo a sentarse. —¿Que debo hacer ahora? Layla se sostuvo de la mesa, un mareo terrible hizo su mundo dar vueltas, observó a su alrededor, su respiración era agitada, la sentía pesada. Las náuseas volvieron a ella, sus ojos se volvieron vidriosos y casi no podía mantenerse de pie, algo asustada llamó en susurros a su esposo pero este no se encontraba en la sala, recordó que hacía un rato había llamado para avisar que no podría asistir, no resistió más tiempo, se preparó para el golpe contra el su
—¿Tienes algo que decir? —preguntó la joven, su esposo la miró con una cara de total confusión. —Sí, —dijo—¿no te dije que hoy no salieras?—la rubia fruncio aún más el ceño. —En verdad eres un idiota. —susurra, rueda los ojos y sigue su camino hasta su oficina, ignorando los llamados del castaño. Henry no entendía lo que estaba pasando, tal vez su esposa estaba en esa etapa de cambios de humor, un chocolate caliente con media lunas creyó que calmaria su mal genio. Layla dejó su bolso de manera brusca sobre el sillón que decoraba una parte de su oficina, era un lugar amplio y bastante acogedor, le gustaba su lugar de trabajo. Se sentó en el mismo sillón, dejando ir un suspiro y cerrando los ojos para tratar de calmar su animo, sus pensamientos volvieron al cambio de habitación, ¿por qué cambiar de un momento a otro? Toc Toc. Oyó la puerta de su oficina ser golpeada con delicadeza, se sentó recta y dió paso a la persona que tocaba
Se alejaron con rapidez en cuanto oyeron la puerta ser abierta, el doctor les sonrió a ambos mientras leía unos papeles, Layla una vez más pidió a su esposo que saliera de la habitación, esta vez Henry aceptó sin chistar, al salir se encontró con su prima, la hermosa joven se veía contenta, le sonrió y se sentó a su lado. —Felicidades.—dijo. —¿Hasta donde? —pregunta ella, su cabeza se apoya en el hombro de su primo. —Debido al miedo del fracaso he traído a esta familia un nuevo miembro, la culpa me carcome por dentro. —La clave es que te centres en ser tu misma con él, lo más importante es que lo ames y respetes como persona, tu hijo te verá como lo más bello de este mundo y tú eres una persona increíble. —la azabache mira a con ojos grandes al hombre, sonríe de forma dulce y vuelve a apoyar su cabeza en su hombro. —Gracias.—susurra y Henry no puede evitar sonreír. Layla observa nerviosa al doctor frente a ella, con algo de ansiedad
Layla miraba a los profundos ojos azules, con tantos sentimientos revueltos en su interior que le era casi imposible respirar, sus manos temblorosas se envolvieron con cuidado alrededor de los brazos desnudos del hombre sobre ella, con su mente en blanco se dejó guiar por la dulce voz que susurraba su nombre muy cerca de su oido, haciendo que olvidara todo lo malo que esa misma persona la había hecho vivir. Las manos grandes de Henry la apretaban con fuerza pero sin llegar a dejar marca alguna, con cuidado sus labios recorrieron su piel, desde su cuello hasta su boca, su humeda lengua se abrió pasó con lentitud buscando la suya, Layla no podía evitar dejar salir gemidos de placer, ésta era su segunda vez que sus almas se unían y Henry conocía a la perfección cada pequeño rincón de su esbelto cuerpo, el punto exacto en el que la joven mujer no podía controlar su voz.—Mirame—pidió el hombre en cuanto la rubia cerró los ojos con fuerza, bastante avergonzada en cuanto sintió l