Diez, once, doce, una, dos, tres, cuatro después de medianoche y no había conseguido mover el coche. ¿Por qué? Ella podía saber muchas cosas. Podía ser la persona más inteligente del mundo, pero para los coches, nunca pensó que lo necesitaría. Habían pasado seis horas, la batería de su móvil se había agotado y aunque tuviera tiempo y batería suficiente para llamar a Damián, no lo haría. Amber sabía que cuando Damián se divertía, no había nada en la tierra que pudiera distraerlo. Seis de la mañana, sólo cuatro coches habían pasado a su lado y ninguno de ellos se había detenido para ver si necesitaba algo hasta que el que estaba destinado a encontrarla se detuvo. Tres golpes en la ventanilla hicieron que Amber levantara la cabeza, que estaba apoyada en el volante. Amber parecía tener miedo. Estaba en medio de la nada y si aquel hombre intentaba hacerle algo, seguramente no correría tanto. —Hola, ¿puedes bajar la ventanilla?—Preguntó. Asustada, abrió. — ¿Hola? —Señorita. ¿Puedo ayud
Leer más