Sus dulces y pequeños ojos fijos en la pantalla del ordenador, sus finos dedos y la palabra clave de su ordenador haciendo el sonido que todos en aquella empresa reconocerían como una melodía, la melodía que sonaba en todas las empresas, Amber no parecía tener intención de parar un rato y darse un respiro. Había que preparar los informes para la siguiente reunión y no quedaban más de dos horas para reunirse con los extranjeros.
Aun sabiendo que iba a ser ella quien dirigiera aquella reunión con Damián, no pudo evitar dar más importancia a sus pensamientos que a la reunión.
Finalmente, sus dedos se detuvieron, llevando una de sus manos a su cabeza. Seguramente un dolor de cabeza.
—Ni siquiera puedo concentrarme—, expresó, tomando su botella de agua. — ¿Cómo es que voy a ir con Damián?
— ¿Aparte de fea, loca?— Preguntó alguien.
Amber miró a la persona que había nublado sus pensamientos y su tarde. Nancy, la mejor secretaria según su físico.
— ¿Puedo ayudarla?—Preguntó Amber.
Nancy sonrió antes de dirigir su mirada hacia sus uñas, toda despreocupada. —Pues sí, puedes. Me ayudarás el día que desaparezcas de esta empresa. ¿No entiendes que tu extraña belleza sigue siendo extraña para nosotros?
Amber se limitó a bajar la mirada. No era que Amber fuera la chica más fea del mundo; era que no sabía vestirse. Tal vez la verdadera razón detrás de esos comentarios era que las mujeres eran demasiado buenas para saber cuándo había un diamante en bruto.
—Vale, creo que me he pasado—, dijo Nancy, volviendo a su odiosa actitud. — ¿Dónde está Damián?
—El señor Slimth está en su despacho.
— ¿Puedo pasar?
—No, usted puede...
— ¡Gracias!—Nancy la interrumpió.
Los ojos de Amber se abrieron de par en par en el mero instante en que se dio cuenta de que la mujer estaba actuando como si tuviera todos los derechos sobre el señor Slimth. Si a Amber no se le permitía hacer eso incluso después de haber crecido juntas, incluso cuando Amber y Damián acabaron viviendo bajo el mismo techo, ¿por qué demonios iba alguien como Nancy a hacer algo así?
— ¡Nancy! ¡Nancy!—Amber la siguió.
La puerta de la oficina se abrió justo para que Nancy encontrara a Damián coqueteando con otra recepcionista.
—Señor Slimth, no pude detenerla—, dijo Amber.
En ese momento, Damián parecía preocupado. Aunque en la empresa Damián era bien conocido por sus modales extremadamente amables con las secretarias, seguía resultándole difícil tratar con dos a la vez.
Aunque Amber podía estar hecha de bondad y lealtad, cada vez que veía a Damián con otra persona, el egoísmo cegaba su corazón. ¿La razón? Nadie lo sabría.
—Está bien, Amber, no tienes que decir nada. Por favor, Srta. Nancy, ¿trajo el informe? Srta. Mary, ¿hemos terminado con los documentos?—. Preguntó Damián, dirigiendo su pregunta de una a otra. —Señorita Villanueva, puede irse.
—Sí, señor—, dijo Ámbar por lo bajo.
— ¡Espere, espere! ¿Amber? Necesito tu ayuda.
— ¿Qué puedo hacer por usted?
—Toma—, Damián le dio las llaves de su coche, — ¿crees que puedes llevar mi coche a casa?
Amber, como siempre, asintió. Sólo dos criaturas en el mundo sabían de lealtad; los perros y, por supuesto, Amber Villanueva. ¿Se le ocurrió pensar que ella no tenía vida? ¿Se le ocurrió que la habían traído para servirle?
Finalmente, cuando la puerta se cerró, Amber pudo darse cuenta de lo vulnerable que era ante Damián y su forma de vivir la vida. Moviendo su cabeza de lado a lado, trató de deshacerse de esos pensamientos. Damián no era más que su hermano mayor. No podía verlo como un hombre cuando habían crecido juntos, cuando sus padres eran como hermanos.
6:00 p.m. su turno había terminado, en sus manos las llaves que Damián le había dado. Aunque la hora dijera que tenía el resto del día para hacer lo que quisiera, para allanar el camino hacia sus sueños, las llaves en sus manos decían otra cosa.
Agotada, Amber subió al coche y tras arrancarlo, sus hermosos ojos pudieron ver a Damián saliendo de la empresa con Nancy, la nueva secretaria a la que había entrevistado no hacía mucho. No pudo evitar sentir ese dolor en su corazón. Al menos Damián parecía estar divirtiéndose.
Acelerando, Amber no podía quitarse esa imagen de la cabeza. Había vivido con Damián durante más de 18 años. Amber lo conocía; conocía sus deseos más oscuros; conocía sus fortalezas y sus debilidades; lo sabía todo sobre él.
Un divertido recuerdo vino a su mente mientras conducía en medio de la lluvia.
— ¡¿Damián?! ¡¿Damián?! ¡¿Damián?!—Amber entró en su habitación con uno de los paquetes que había traído el repartidor. — ¡Damián, te estoy hablando!
Y de repente lo que Amber vio fue a su hermano saliendo del baño completamente desnudo.
De repente, el paquete saltó de sus manos para usarlas para taparse los ojos.
— ¿Qué demonios estás haciendo aquí?—Le gritó.
— ¡Eh, no he visto nada!
— ¡Fuera de aquí!
Riéndose, se dio la vuelta para abrir la puerta de nuevo.
Amber sonrió en el momento en que volvió a su realidad. Pero esa sonrisa no pareció durar para siempre ya que el coche comenzó a hacer un sonido extraño y luego el mismo se detuvo.
— ¡Oh! ¿Qué ha pasado ahora?
No podía ser posible que el coche se hubiera parado en medio de la nada, donde llovía a cántaros. No importaba cuantas veces intentara arrancarlo, el coche no se movía ni un par de centímetros. Sólo se encendían sus luces delanteras.
— ¿Qué hago? ¿Qué hago?—Preguntaba una y otra vez.
Ni que decir tiene que el coche se había averiado. Algo así podía pasarle a ella. Estaba segura de que las mujeres guapas o incluso los hombres guapos y poderosos nunca habían pasado por algo así. Tragedias que solo la gente tan desgraciada como ella podía pasar.
Para ese momento Damián tenía que estar pasado el mejor de los momentos.
Diez, once, doce, una, dos, tres, cuatro después de medianoche y no había conseguido mover el coche. ¿Por qué? Ella podía saber muchas cosas. Podía ser la persona más inteligente del mundo, pero para los coches, nunca pensó que lo necesitaría. Habían pasado seis horas, la batería de su móvil se había agotado y aunque tuviera tiempo y batería suficiente para llamar a Damián, no lo haría. Amber sabía que cuando Damián se divertía, no había nada en la tierra que pudiera distraerlo. Seis de la mañana, sólo cuatro coches habían pasado a su lado y ninguno de ellos se había detenido para ver si necesitaba algo hasta que el que estaba destinado a encontrarla se detuvo. Tres golpes en la ventanilla hicieron que Amber levantara la cabeza, que estaba apoyada en el volante. Amber parecía tener miedo. Estaba en medio de la nada y si aquel hombre intentaba hacerle algo, seguramente no correría tanto. —Hola, ¿puedes bajar la ventanilla?—Preguntó. Asustada, abrió. — ¿Hola? —Señorita. ¿Puedo ayud
TRES DÍAS DESPUÉS PARÍS, FRANCIA Diferente viento acariciando su cara, diferentes imágenes que sus ojos eran capaces de ver. Incluso el aroma de aquel lugar se alejaba del que se respiraba en Estados Unidos. Amber no resistió la felicidad que sentía en su corazón y que la hizo levantar un poco la voz. — ¡Es increíble!—Gritó. El hombre que caminaba frente a ella, vestido con su abrigo negro mientras en una mano tenía su pasaporte y los documentos que tenía que mostrar para hospedarse en ese lujoso lugar y con la otra mano jalando su maleta, nunca se detuvo ni siquiera a ver las cosas que la hacían tan feliz. Finalmente, después de haber pensado tanto en ir con él a ese viaje de negocios, terminó siendo obligada a ir por el mismo hombre cuyas palabras debían ser obedecidas como la misma ley del universo entero. Después de todo, Damián no tenía a nadie tan confiable como su hermana. — ¿Puedes caminar más rápido?—Preguntó de forma odiosa. — ¡Oh! ¡Sí, ya voy! —El Hotel France le da
Diez minutos más tarde Damián llegó a la habitación donde Amber no parecía tan incómoda como cuando acababan de entrar. —Damián, ¿dónde estabas? Pensé que estabas aquí para hablar de la reunión de mañana—. quiso saber Amber. — Si queremos llevar nuestro negocio al siguiente nivel, tengo que saber cómo preparan su comida. Exacto, Damián quería empezar sus franquicias con comida italiana. —Traigo esto para celebrar y soportar la noche. —Finalmente, le dejó ver unos cinco o incluso siete platos diferentes con una botella de vino blanco para que descubriera los secretos de los italianos. Amber no podía creer su rápida forma de actuar. — ¿Qué? Ven a comer, hermana. Hermana, hermana, no era más que su hermana. Mirando hacia aquel incierto comienzo, olvidándose de los buenos y malos momentos, querían quedarse con la idea de que iban a triunfar. Aquel viaje de negocios no había sido en vano y, por mucho que tardaran, estaban seguros de que encontrarían la receta adecuada para volv
—Oye, ¿estás bien ahí dentro? —Amber oyó que Julia la llamaba. Comiéndose las uñas, Amber miraba fijamente la prueba de embarazo en sus manos mientras seguía sentada en el inodoro. Sólo diez segundos y sabría si estaba embarazada o no. Claro que no, claro que no podía estar embarazada del hombre que era como su hermano mayor. — ¡Hey, Amber, háblame! —Julia insistió. Amber cerró los ojos. Cinco, cuatro, tres, dos... ¡uno! — ¡Amber! Amber abrió los ojos e inmediatamente las lágrimas salieron de sus ojos. No podía ser posible. Entre todas las cosas que le podían pasar a ella, esa no podía ser posible. Finalmente, salió del baño, Julia estaba allí, la seriedad impresa en su rostro hizo que Amber la mirara. — ¿Qué? ¿Estás embarazada si o no? —Julia... estoy embarazada, ¡estoy esperando el bebé de mi hermano, el hombre con el que había compartido mi vida como hermanos! Y entonces todo lo que Amber pudo sentir fue el abrazo de su amiga que estaba tan conmocionada como Amber. —No p
Con esa idea en mente, Amber salió de casa, tomando las llaves de su coche. La felicidad impresa en su rostro era incapaz de ocultarse. Estaba embarazada del bebé del CEO más poderoso. Podía resultar extraño que la gente supiera que estaba embarazada de Damián sabiendo que Amber y Damián se habían criado como hermanos, pero al fin y al cabo, la gente podía hablar a sus espaldas todo lo que quisiera. Damián había cuidado de ella. Ese era su sentimiento más fuerte. Cuando llegó a la empresa, todos la miraron como si fuera un fantasma. Todos sabían que se había dado de baja. Damián se lo hizo saber antes de que empezara la reunión de esa mañana. Tenían que cubrir el trabajo de aquella mujer, algo con lo que nadie estaba de acuerdo. Parecía tener tantas consideraciones con ella y por supuesto ya que vivía con ella como su hermana. Amber siguió su camino por los pasillos, Miriam y todas las demás secretarias la miraban con odio. No podían creer que una mujer como ella pudiera estar cerca
SEIS AÑOS DESPUÉS Habían pasado seis años desde el momento en que todo cambió de tal manera. Habían pasado seis años desde el día en que Damián perdió la pista de la mujer que nunca pensó que perdería algún día. ¿Por qué se había ido? ¿Adónde se había ido? ¿Cómo es que no había podido encontrarla? Muchas preguntas, ninguna respuesta porque la única que podía darle una respuesta era la misma que podía estar en cualquier parte pero lejos de él. El encuentro había llegado a su punto álgido. La mente de Damián seguía en esas palabras. Era el momento de que el silencio se apoderara de él. —No... No, no puede ser, no puedo... ¡no puede ser!—. Dijo Damián, golpeando la mesa de reuniones. Alrededor de trece hombres tenían sus ojos fijos en él y sólo uno de ellos había declarado su verdad. —La empresa no va a tener éxito si usted sigue de la misma manera, señor Slimth. —No puedo... Lo siento pero... Lo siento pero no puedo casarme con nadie solo porque sí. —Sr. Slimth, usted no tiene
Esperando al señor Slimth en la sala de reuniones donde le había indicado que se quedara, Nancy y su padre hablaban de lo que esperaban de Damián.Nancy había cambiado mucho. Cuando Damián la utilizó no esperaba que escondiera un terrible secreto. Nancy, entre todas las secretarias, bailarinas nocturnas y todas las mujeres con las que pudo acostarse, Nancy acabó siendo la hija de uno de los accionistas de aquella empresa.Cuando decidió que le haría arrepentirse de sus palabras, ella no bromeaba.— ¿Qué quieres que haga, mi princesita?— preguntó el Sr. Hansen.Nancy era su única hija. No hace falta decir lo sobreprotegida que estaba. Ni que decir tenía que estaba dispuesto a todo para complacer a su hija. —Sólo quiero casarme con él, sólo quiero ser su esposa, ¿por qué es tan difícil?—Mi niña, eres una jovencita que no debería pensar en casarse y menos con un hombre como él. Es un hombre tan mayor.—Jajaja, no seas así, papá.—No me imagino a mi hija casada con un hombre como él.
— ¡¿Por qué?! ¡¿Por qué has hecho eso?!—Gritó Nancy en cuanto entraron en la mansión.—Por favor, mi niña, no quiero hablar de esto, sé por qué hago las cosas como ves.Nancy no podía contener las lágrimas pero desde luego sus lágrimas no se debían a algún dolor que una mujer como ella pudiera estar sintiendo -si es que lo había-, sus lágrimas se debían al capricho fallido que no podía vencer.Nancy no sabía qué más hacer para convencer a su padre. Quería casarse con Damián y no importaba lo que tuviera que hacer para lograrlo, estaba dispuesta a apostar su propia vida. Al fin y al cabo había conseguido todo lo que quería, sólo tenía que empujar un poco más fuerte y en un abrir y cerrar de ojos, estaría firmando los documentos para ser la mujer de Damián. Tomando las llaves de su auto, Nancy salió de su casa siendo vista por su padre desde el piso de arriba. No pudo evitar negar con la cabeza. Nancy era una chica testaruda que nunca entendió las razones de los haceres de su padre