Sus palabras se ven interrumpidas, porque justo en ese instante, alguien tropieza con nosotros. ―Lo siento, no fue mi intención. Menciona, con vergüenza, la chica que acaba de atropellarnos. Luego de disculparse, se aleja de nosotros y corre hacia los brazos del hombre que la espera al otro lado de la zona. Entrelazo los dedos de mi mano con los suyos, abandonamos la terraza y nos dirigimos al piso 100, donde recorremos las tiendas y adquirimos souvenirs para el recuerdo. ―¿Estás bien, cariño? Le pregunto, luego de devolver mi atención sobre ella. ―Sí, no fue nada. Responde con una sonrisa radiante. Razón por la que le devuelvo una con la misma intensidad. ―¿Qué te parece si vamos a comer? Ya pasa de mediodía y me preocupa que no hayas probado nada durante todo este tiempo. Se alza en la punta de sus pies y me sorprende con un nuevo beso. Me gusta que lo haga, que se sienta con la plena libertad de hacerlo cada vez que se le dé la regalada gana. A fin y al cabo, me importa un b
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