CAPÍTULO 25Al día siguiente, bajó a desayunar, con grandes ojeras, consecuencia de su mala noche. Salvatore clavó sus ojos en ella, su expresión era entre curiosa y triste. Paolo mantenía su atractiva personalidad, divirtiendo a su abuela hablando de sus travesuras infantiles.Sydney se sentó en la orilla de la silla, abrumada por el miedo, pero a la vez ansiando la cercanía de su marido.—Pareces enferma, amore. Tal vez será mejor que descanses —había una orden suave, pero muy clara, en las palabras de Salvatore.—Estoy bien. Lo que pasa es que dormí un poco mal.—Entonces sube y descansa, Paolo puede recorrer los viñedos conmigo.—Estoy de acuerdo, se te ve cansada, Sydney —intervino la anciana, con preocupación en la voz. —. No podemos permitir que te enfermes, ya es suficiente con Vivían.—Estoy seguro de que mi esposa se pondrá bien, ahora que estamos aquí —aseguró Paolo, sin dejar de sonreír—. Bajará más tarde a conocerte, Sydney. Yo estoy de acuerdo con que deberías quedarte a
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