Nuevamente estaba lloviendo. Bastián no se sentía de humor, de hecho, ese era ya el tercer día que empezaba la mañana con el pie izquierdo. Su padre le había llamado exigiéndole dejar de lado todo lo de su apretada agenda, pues era urgente lo que tenían que hablar.Ya sabia de que iba todo aquello, su madre le había avisado de la visita que Rebekah le había hecho a su progenitor, junto al resto de la lista de quejas que la fastidiosa mujer le había dicho al implacable y estricto Myers. Realmente odiaba a su impuesta prometida, era tanto el desprecio que sentía hacia ella, que no soportaba ni tenerla cerca.Bastián conducía su auto hacia la antigua mansión Myers, y mientras tanto recordaba cómo había empezado todo aquello.Rebekah Lestrange era una rubia tonta, siempre lo había sido, cambiaba constantemente de color de cabello, de estilo de ropa, y, por supuesto, de novios. Era tonta, frívola, nada inteligente y en extremo caprichosa; siendo la hija menor de los Lestrange, había sido m
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