Soy consciente de lo desnuda que estoy bajo las sábanas. También soy muy consciente de que Raphael está sentado a unos dos metros de mí, está muy cerca. No me gusta la idea de que esté tan cerca cuando estoy desnuda. Tuerzo la mano y busco la toalla que hay junto a la mesilla. Antes de que mis manos envuelvan la toalla, Raphael está a mi lado. —¿Qué necesitas? Me pregunta. No quiero decirle que necesito la toalla. Si lo hiciera, tendría que decirle por qué, y utilizar la toalla para cubrir mi cuerpo desnudo no tendría sentido para un hombre como Raphael. Trago saliva y miro hacia abajo. —La toalla—, murmuro. —Está mojada—, dice Raphael. —Deja que te traiga otra. Se levanta y se dirige a la puerta mientras le digo: —No. Se vuelve hacia mí. Ahí va. —No cojas la toalla—, le digo. —Si puedes, quizá mi ropa del baño. Raphael se aclara la garganta. —Por supuesto—, dice antes de dirigirse al cuarto de baño. Me agarro la cabeza, el dolor ha cesado, pero hay algo que no me cuadra. Ni
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