Después de la tormenta, los días transcurrieron en completa y sosegada calma en las tierras de Nuante, sin rumores de Dumas o de ejércitos humanos irrumpiendo en la quietud del palacio, donde Lis hacía cuanto deseaba. Si quería usar pantalones, los usaba, si quería pasarse el día blandiendo una espada, lo hacía; comía cuando tenía hambre y se dormía cuando el cansancio le ganaba, sin importar lo que pudieran pensar de ella, sin importar el ruido. Él no había vuelto a quejarse. De ser una pesadilla, convertirse en la ofrenda de una bestia se parecía cada vez más a un dulce sueño.Ahora las comidas eran en la enorme mesa del comedor, acompañada siempre por Desz, que era capaz de beber sidra y agua de hierbas. Incluso disfrutaba de charlar con él mientras el sol surcaba todo el cielo. ¿Habría un mejor compañero con quien compartir su nueva vida? Él nada exigía de ella, nada le imponía salvo permanecer a su lado. Y aquello para Lis se había convertido más en un deseo propio que una impos
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