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Todos los capítulos de La ofrenda: Capítulo 31 - Capítulo 40
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XXX Sin derecho a dudar
Aldea Miaza, reino de ArkhamisEl líder de la caravana ordenó que todos los aldeanos permanecieran en sus hogares mientras se realizaba el censo. Allí esperarían a los soldados, que irían vivienda por vivienda tomando nota de los integrantes de cada familia, así como de sus edades, ocupaciones y sexos. La caravana se dividió en cuatro grupos, que abordarían la aldea desde los cuatro puntos cardinales.En la tercera casa que visitó el grupo norte había tres habitantes, un matrimonio y el hijo de ambos. Los tres pares de ojos estuvieron atentos al hombre frente a ellos. Le vieron sentarse a la mesa y dejar en ella un papel, junto con pluma y tinta. Tomó la pluma y observaron con atención la bella piedra que relucía en el anillo de uno de sus dedos. Brillaba como un atardecer. Los seis ojos que la vieron refulgieron en respuesta y causaron el estupor del hombre frente a ellos y de los soldados que se habían posicionado a sus espaldas. Eran cuatro y a una señal del hombre del anillo, tres
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XXXI Mejor como aliados
Reino de Balai—Majestad, ¿cree que sea prudente abandonar el reino en un momento como éste? La aprensión del consejero era evidente ante la idea del rey Ulster de visitar en persona al rey Barlotz en Galaea. —Precisamente porque estamos contra el tiempo es que debo ir yo mismo a hablar con Barlotz. Ese cobarde no se atreverá a ocultarme información. Fue así como, dejando al general Rogak a cargo del reino, partió con un pequeño grupo de soldados hasta el reino vecino. Tras poco más de un día de viaje, llegó a las fronteras tan escasamente protegidas como su informante le había comentado. —¡Deténganse! Las fronteras se encuentran cerradas. Nadie puede salir o entrar sin la autorización del rey Barlotz —les informó un soldado que, acompañado de dos más, esperaba lograr frenar la entrada de los intrusos. Eran apenas unos chiquillos y Ulster sintió ganas de reír. —Venimos del reino de Balai, el propio rey Ulster se encuentra entre nosotros —dijo uno de los soldados balaítas.Del cue
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XXXII El amor de una bestia
Reino de Arkhamis, jardines del palacio realLa princesa Daara deambulaba tristemente, casi desfalleciendo. Ni el hermoso jardín donde parecía reinar eternamente la primavera lograba aminorar el dolor que había en su pecho y que la afligía hasta el punto de dificultarle el respirar. Sus pasos cansinos la llevaron hasta las caballerizas, un lugar que no solía frecuentar. Era el penetrante aroma a suciedad de caballos lo que la espantaba. Esa mezcla de excrementos y sudor le resultaba tan repugnante que no lograba entender cómo ese podía ser uno de los sitios favoritos de Lis. —Tú, ¿puedes guiarme hasta donde está el caballo de mi hermana? —le dijo al primer siervo que encontró.El hombre, sorprendido de verla allí, le hizo una reverencia y ella lo siguió. Caminaba casi a brincos, esquivando las pozas de agua que se formaban en el suelo de tierra y restos de paja olorosa.—¿Es muy lejos? —preguntó Daara.No sabía que había tantos caballos en el palacio, ella imaginaba que los soldados
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XXXIII Y los árboles tienen ojos
Aldea Miaza, reino de ArkhamisLos soldados del grupo sur ya habían logrado eliminar exitosamente a diez Dumas cuando entraron a la cabaña de la mujer que les preguntó si de camino habían visto a su pequeño perdido. Las lágrimas se habían secado en su rostro, mas la tristeza y preocupación continuaban aquejándolo. Con una jarra de sidra sobre la mesa les dio la bienvenida. La había preparado con las manzanas que Hagen había recogido la primavera pasada. Aquella fue una estación maravillosa, donde se regocijaron con los frutos que esta fértil tierra les daba. La que se avecinaba no parecía ser muy buena, pues el año había estado bastante seco. Por fortuna, en la aldea tenían la precaución de guardar una parte de las cosechas en los tiempos de bonanza y si, como pensaba, el año seguía siendo seco, estarían bien preparados para enfrentarlo. Los hombres se ubicaron en sus posiciones estratégicas y ella le extendió un vaso a cada uno. Se miraron con desconfianza y, tal como el rey, fingie
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XXXIV Dulce como el vino
Reino de BalaiEn cuanto el rey regresó de su viaje, le pidió al general que formara un grupo de treinta de sus mejores hombres para ser enviados como apoyo a Galaea. Él mismo se reunió con ellos para asegurarse de que sus órdenes fueran comprendidas a cabalidad y ejecutadas con la eficacia que le caracterizaba. Aquellos soldados fornidos, criados desde pequeños para ser guerreros en el clima extremo de las montañas, con la sangre ardiente corriendo por sus gruesas venas, estaban ansiosos por clavar sus espadas en el enemigo y hacer muy feliz a su rey. La excitación por la inminente guerra era compartida por todo el ejército, imbuida por el rigor de su preparación y vidas como soldados de Balai, reconocidos en todos los reinos por su ferocidad.—Refuerza las fronteras, extrema las medidas de seguridad y establece toque de queda. No quiero que se mueva una piedra en este reino sin que yo lo sepa. Rogak asintió. Conocía al rey desde que era un niño y sabía perfectamente cuando algo irr
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XXXV Lo que ven tus ojos
Bosque de las sombras, cerca de la aldea MiazaLos ojos plateados aparecieron frente a Camsuq y los pocos soldados que le quedaban en el bosque cargado de voces no humanas. La espesa bruma se cerró en torno a ellos. No veían más allá de unos cuantos pasos, pero oían todo a su alrededor. Los rugidos ásperos y secos de los Dumas que les pisaban los talones se volvieron lejanos. Increíblemente, ahora provenían desde varias direcciones, como si en el instante en que vieron aquellos ojos se hubieran separado y avanzado por sobre ellos, sin ser vistos.—Desz —jadeó el monarca, sosteniéndose apenas de su caballo con el brazo lastimado. No comprendía qué hacía el Tarkut allí. ¿Acaso les había seguido? No importaba, los misterios del mundo no revestían la menor importancia cuando estaba en juego la supervivencia. La criatura de ojos espectrales avanzó por entre los atónitos hombres sin molestarse en mirarlos. Su andar ligero no agitaba una hoja que delatara su presencia y la misma bruma se abr
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XXXVI M4ldición eterna
Desz se detuvo en el linde del bosque, refugiándose del implacable sol a su alero. Volvía a estar herido y era susceptible a su ardor. —Uno de mis hombres ayudará a curar tus heridas y te guiará a la aldea de donde los Dumas han salido. No podemos permitir que el resto de infiltrados se entere de que hemos descubierto su pantomima. —Camsuq miró a sus soldados, esperando algún voluntario. Para su sorpresa, tres de los ocho que le quedaban dieron un paso al frente. Escogió al más joven de ellos, que se quedó junto a Desz viendo al resto partir de regreso a Frilsia. Tenía en su morral vendas y pomadas, pero el Tarkut estaba tan a mal traer que no sabía por dónde empezar. No necesitó pensarlo mucho. En cuanto el reducido ejército se hub0 alejado lo suficiente, la criatura lo usó para sanarse las heridas del único modo en que un Tarkut podía hacerlo. Así era como Camsuq pagaba la lealtad de sus hombres, entregándolos como alimento a una bestia. No tenía consideración ni con su propia gen
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XXXVII Un hombre cualquiera
Al no oír ruido alguno que delatara la presencia de Lis en el palacio, Desz empezó a buscar en las habitaciones su cadáver. Tal vez se había caído y roto el cuello o partido la cabeza. Debía haber muerto porque sólo muerta esa molesta criatura podría ser silenciosa. Y muerta no le serviría de nada, al menos no todavía.—¡Esto no puede ser! —rugió al no hallar ningún rastro de ella. —¡Esa m4ldita mujer, hija de Camsuq! Se atrevió a huir en cuanto me fui, pero esto no se quedará así. ¡La humanidad entera pagará por su traición! —gritaba Desz por los pasillos del palacio, dándole golpes a las paredes que hicieron estremecer la añosa estructura. La mujer no tenía un caballo para huir y, de hacerlo a pie, se habría encontrado con ella en el camino. ¿Sería posible que alguien la hubiera ayudado?. No, pensó al instante. Camsuq lo necesitaba ahora más que nunca y no se arriesgaría a fastidiarlo. Había sido ella, sólo ella quien había traicionado el pacto, rechazándolo como su señor. —¡Qué má
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XXXVIII Gris como las cenizas
Reino de Nuante, aldea KaboraMuy temprano en la mañana, la princesa salió del humilde lecho que ocupaba en casa de Arua. La joven se había despertado antes del alba e hilaba lana sentada fuera de su hogar.—¿El rey aún duerme? —preguntó al ver a Lis. La princesa asintió. Desz estaba extenuado y no deseaba despertarlo. —Es un honor que él esté descansando bajo mi techo. El señor Oak debe estar muriendo de la envidia. Ambas rieron, sabiendo de la ferviente admiración del hombre por Desz y sus incansables deseos de complacerlo. —Tú también debes sentirte honrada por servirlo tan de cerca. Lis no supo qué decir. —El rey Desz es muy guapo —agregó sonriente Arua. —No digas eso, él podría oírte —susurró Lis. —Dijiste que estaba dormido. —Sí, pero tiene el más excepcional de los oídos. A veces creo que puede oír hasta el latir de mi corazón.Arua la miró con incredulidad, sin dejar de sonreír.—¿También te parece guapo? —insistió. —Deja de decir esas cosas, insensata —la regañó Lis.
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XXXIX Recompensa
Reino de BalaiEl rey Ulster se removió bajo las cobijas. Era mediodía y seguía en su lecho. La razón de aquello yacía dormida a su lado. No recordaba cuántas veces se había despertado junto a alguien con la piel tan tibia, tan llena de vida; no recordaba cuántas veces se había despertado junto a alguien vivo. Con suavidad deslizó las sábanas y la pálida piel de la espalda del copero quedó a la vista, reluciente e inmaculada, demasiado para su gusto. Repartió besos desde la cadera hasta el cuello, donde succionó con fuerza, la suficiente para marcar esa piel que le pertenecía por completo. El copero se despertó y removió con pereza.—¡Despierta ya, holgazán! —ordenó antes de darle una fuerte nalgada que lo sobresaltó—. Es hora de que complazcas a tu señor. El muchacho se levantó de un salto. Se puso los grilletes, que se había quitado para dormir, pero que al rey tanto le gustaban, y esperó ansioso por las órdenes a seguir. —Ve al armario y trae una fusta. Con presteza, el copero
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