Reino de KaradesSentada frente a la gran tumba real, la reina Dan-Kú inhalaba lentamente, con los ojos cerrados. Bajo la tierra que la vio nacer descansaban por fin los restos mortales de sus padres y de sus hermanas gemelas, recuperados en Uratis. Los monarcas habían muerto en la revuelta contra el cuñado de la reina viuda, hacía veinte años atrás, las niñas un poco antes. Y ahora por fin los tenía de regreso.—Sólo faltas tú, Dan-Ká. Espera por mí, hermanita. Caminarás a mi lado si aún vives, me acompañarás en espíritu si has partido, pero este sol que nos vio crecer volverá a bañar tu cuerpo, te lo juro. Una es todas, todas somos una. Kert, su rey, se sentó junto a ella, con la ligereza del viento, con la suavidad de una hoja que cae de su lugar en las alturas.—Ya casi has cumplido tu promesa —le dijo la reina. —Quiero que seas feliz, Dan-Kú, lo he deseado desde que oí su juramento en el bosque. Fueron aquellas dulces palabras cargadas de amor las que me despertaron de mi largo
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