Amy miraba a Felipe recostado en la cama, se veía vulnerable, tenía los ojos cerrados estaba durmiendo. Lo habían sacado del agua consciente, pero sí se dio un duro golpe, nada de cuidado. Ella se sentía culpable, sabía que era por pelear tanto, se sentó a un lado en la cama, y admiró su rostro, se veía aún pálido, quiso tocarlo y no se atrevió, casi tocaba su piel, cuando devolvió su mano, se sintió incapaz, había en su corazón una barrera de rencor. Lágrimas calientes surcaron su rostro, pensó en todo lo que pudo pasar, tal vez, si no hubiesen tenido tan buena suerte, Felipe pudo haber muerto, ahora el pequeño Matías estaría solo, y todo por el odio que ardía en su corazón. Cuando alzó la vista, Felipe la miraba, se sorprendió al verlo, y su mano detuvo el avance de esas lágrimas. —¿Lloras por mí? —¡Cómo si fuera la primera vez! —exclamó irónica, él sonrió con dulzura —Estoy bien, y no es tu culpa, solo fue un tonto accidente. Ella negó, las lágrimas corrían por su cara, como
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