Anne salió de ahí, tan rápido como pudo, llegó al estacionamiento, liberó el aire contenido, miró sus manos, temblaban, subió al auto. Tomó el volante y las lágrimas cayeron por su rostro, no pudo evitarlo, aunque insistía en calmarse, era imposible. «Era él, de nuevo frente a mí, como si no fuera un huracán, como si no fuera un tornado capaz de destrozar toda mi vida a su paso. Aunque intento ser fuerte, odiarlo y despreciarlo, ¿Qué ocurre conmigo? ¡Anne Farré, no puedes seguir siendo blanda frente a él! Debo ser lista, no debo acercarme tanto, es como si fuera una droga tentadora, pero, lo odio, debo odiarlo más, nunca volveré a poner mi corazón entre tus manos para que vuelvas a destruirlo, Felipe», pensó. Felipe volvió al palacio, se alegró de no beber más whisky, al llegar, fue a su habitación y miró a Matías dormir en su pequeña cama, que era como un corral para evitar que cayera. Acarició sus cabellos rubios y rizados, el pequeño abrió los ojos, y lanzó sus brazos para ser ca
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