Aquella noche, como ni Gianina, Sara, Johana ni Francisco querían cenar con las dos arpías, de las cuales habían rehuido durante todo el día, decidieron salir a comer algo fuera. —¿Dónde quiere ir, señora? —le preguntó el chófer de la familia. El hombre solo se dedicaba a llevar y a traer a María y Ana, dado que Adriano se movía por su propia cuenta. En un principio, el hombre, temeroso de lo que pensaran sus «jefas», se había rehusado a trasladarlas.Sin embargo, como Johana había logrado ganarse la confianza del ama de llaves, quien era la esposa del chófer, el hombre había terminado por acceder; bajo la condición de que no se demorarían demasiado. Para suerte de Albert, María y Ana habían decidido salir con unas amigas de alta alcurnia, una de las cuales había enviado un coche por ello. La noche transcurrió con la mayor tranquilidad posible. Las tres mujeres y el niño comieron y bebieron contándose anécdotas y recordando situaciones vividas. Realmente, los cuatro se sentían s
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