ARTURO BRUSQUETTI. Hacer el amor, es algo sumamente delicioso cuando se trata de la compañía de la mujer que anhelas tener siempre contigo. Kerianne era todo lo que necesito para sentirme completo. Me daba esa paz, que, por mucho tiempo, añoraba. Ambos estábamos envueltos en una manta. Ella dormía plácidamente, mientras yo la observaba con tanta adoración. Es el ser más hermoso, que la vida ha podido brindarme, y ahora, debo proteger. No puedo alejarme. Cometí ese error, y por ello actuaron, creyendo que no me importaría. Y ahora, estoy aquí, al lado de ella, como siempre debió ser. Amándola a cada segundo de mi vida. Se remueve entre mis brazos, y lentamente, abre los ojos, hasta acostumbrarse a la luz. Me observa y simplemente, le sonrío. — Buenos días — musita, con la voz ronca. — Buenos días. ¿Qué tal dormiste? — La sonrisa se amplía en su rostro. — Bien, ¿y tú? — Perfectamente — respondo. Nos disponemos a entregarnos una vez más al placer, para finalmente, rendirnos. N
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