—De nuevo tienes el ceño fruncido. —Helena como siempre, llenó el espacio del despacho con su sola presencia. Y es que ella era como el sol en un nublado día de verano, aparecía y los colores se volvían brillantes, como si todo a su alrededor simplemente cobrara vida. Helena era apenas seis años menor que él. Era la bebé de la familia, la luz de los ojos de su padre, y de él también, pues la adoraba desde el momento en que su madre volvió a casa con ella entre sus brazos. Para Isabella, un año menor que él, no había sido fácil compartir la atención de sus padres con una niña extraña a la que no conocía de nada, al principio incluso se negó a estar cerca de ella, pero eventualmente se convirtió en su defensora número uno. Isa era entre ellos la ternura, la fuerza, la lógica. Lucian siempre la asoció con estar en su hogar, ella tenía esa energía familiar y tranquilizadora, quizás porque había heredado la belleza de su madre, sus facciones suaves, la pequeña nariz respingada, los ojos e
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