No había dejado de llorar desde que me desperté, jamás me había sentido tan rechazada, tan humillada, tan insignificante, Juan no dejaba de mirarme cada vez que podía. No había dejado llorar y llorar, aquí se acabó todo, lo noté en su última frase, era tan descarado de ofenderse al verme marchar con Juan. —¿Puedo saber a dónde te llevo? Siempre guardaba pañuelos en la guantera, saqué uno para limpiarme la nariz. —Debo recoger mi pasaporte y luego mis cosas en el apartamento de Raúl. —dije entre sollozo. —Vale, ¿a dónde? —Como te sea más fácil, cancillería, Quinta Paredes, luego terminal de transporte. Recordé la tarde antes de la presentación en el cumpleaños de Roland, los nervios que teníamos, de haber sabido lo que pasaría… No era adivina, me contestó una voz interior y lo único que pude hacer fue llorar y llorar más fuerte. —Bueno. —Juan se sentía impotente. —Perdóname por ponerte como mi chofer. —No hay problema, ¿puedo saber qué pasó? Él me dejó muy claro que no me acer
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