Capítulo 30. Más allá del tesoro
Mikhail cumplió lo prometido a su esposa, ansiosa de revancha, y fue meticuloso y lento. Agnes lo observaba con sus ojos azules brillando con luz fantasmagórica, sentada en un sillón cómodamente, en un vaivén de sensaciones, entre la fascinación y el terror. Incluso, en ocasiones, era una tarea difícil de ver y su rostro palidecía, deseando darle fin a todo de una vez, aferrando la empuñadura de su daga de zafiros.Pero ese hombre, desangrándose ante ella, merecía sufrir y se obligaba a no olvidarlo. Se obligaba a mirar y hacer memoria.A recordar, en cada gota de sangre enemiga derramada, cómo había visto y oído a su padre en Viborg, cómo él y sus hombres habían llevado a su hermana a un frío orfanato, donde sufriría, y cómo la pequeña había muerto, ahogada en el mar.Una muerte horrible que, por supuesto, ella nunca lograría olvidar.No. Resistiría el impulso de terminar ese suplicio con una puñalada en ese corazón lleno de maldad.Dejaría que Kasparov lo terminara lentamente, c
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