Mariana:Removiéndome inquieta en el asiento trasero junto a Bruno, intento moderar los temblores de mis piernas. Y si ahora parezco hoja en tornado, pues me imagino sobre la barra. «¡Dios, la barra, el baile!». Aclama mi mente y frunzo mis labios. Reprochándome una y otra vez cómo pude no darme cuenta de sus intenciones desde un principio.Quizá parezca no intencionado, pero vamos, que es demasiado obvio. Desde que llegué a Vitale nuestras miradas brillaron de un modo extraño, casi mágico. En ese entonces me acompañaba el recuerdo de cuando lo ví por primera vez, frente a Vista Alegre, en Miami. Tenerlo de frente una vez más fue una señal del destino, al menos es lo que pienso, y seguiré pensando a menos de que sus acciones me demuestren lo contrario. Luego sus mensajes de texto; el regaño por mi pésimo desempeño como mesera; el cambio de labor y los reclamos al verme subir a una barra como si fuese una de las strippers. Todo ha ido pasando como si el curso estuviese destinado a no
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