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Todos los capítulos de ¡Jefe, nos enamoramos! : Capítulo 41 - Capítulo 50
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41. Gordos y lindos
Maya alza la vista de pronto.Una ráfaga de conmoción le hace cosquilleo en las piernas.¿Qué acaba de decir? Maldición, ¿Qué?Su jefe. ¡Su jefe!En una paralela instancia no lo observa decir aquello. Tiene el pecho erguido hacia él, sus ojos lo vislumbran, conmocionada.Se coloca con rapidez el cabello detrás de su oreja y finge no escuchar lo que acaba de escuchar.—¿Está bromeando conmigo?Maya lo señala.Pero Maximiliano niega, mirando a otra parte.—Te esperaré mañana para hablar mejor, Maya. Buenas noches…Y se vuelve a su coche para entonces, en un momento crucial, lo enciende y se marcha.Así sin más.Pero ¿Qué?Dejándola ahí, repleta de sensaciones confusas, recreaciones de sus pensamientos firmes y lejanos a lo que siente. Se mantiene recia en su lugar y tiene que pestañear para volver a la realidad. En donde su jefe es quien menciona lo que ella piensa.—Demonios.Maya queda prendada en un sentimiento que no puede asimilar. Tiene que salir corriendo aún más, directo hacia s
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42. Necesaria compañía
Maya niega, con una sonrisa y dando todo lo necesario por no echar una carcajada delante de ellos. Bien, de seguro que recordar a su propio jefe viendo esos gordos y lindos es lo último que quiere recordar en el mundo, y se promete no pensar en ello en cuanto tenga la caridad para ella misma de saber que el tema donde se involucra su jefe no tiene, necesariamente, que estar aquí, ahora, dentro de su mente, y se propone solo a sonreír a las ocurrencias de sus amigos, riendo también y bromeando.Sin embargo, toma un suspiro al instante.—Conozco ese suspiro —menciona Jenny una vez que Phoenix se levanta para ir directo con Jason, en busca de agua en la cocina y un par de uvas que Maya les asegura estar aún frescas. Le quita los lentes a Jenny y se los coloca—. ¿En dónde estabas?—Ah, Jenny —gime Maya, tirando la cabeza hacia atrás—. No me preguntes porque debo preguntarte a ti desde cuando te escabulles con Phoenix.Jenny se ríe, moviendo la cabeza en señal de negación.—Desde ayer, ¿re
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43. Sin motivos
La noche pasó entre carcajadas, conversaciones y bromas salidas de la nada. Phoenix y Jason durmieron en un cuarto y Jenny durmió con ella. No recuerda el momento exacto en el que se fueron a dormir pero sabía que lo hizo ya cuando se sentía mareada. La mañana del miércoles llegó al instante. Los cuatros desayunaron al mismo tiempo y ya para las siete de la mañana las dos amigas, secretaria y recepcionista salían a su trabajo. Mientras Jason y Phoenix prometieron esperarlas a la salida y a compartir el logro de Maya y Chris.Una vez estuvo Maya en administración, apenas pestañea cuando la gerente del área de administración le truena los dedos por encima.—¿Buenas? ¿Hola?La secretaria sale de sus pensamientos, y se ríe con timidez.—Sí, creo que no dormí bien.—¿Malas rachas, eh? —la mujer menciona con pizca de diversión.—Supongo —los ojos ambarinos de Maya se fijan en ella. Una muy buena compañera. Aunque es mayor y tiene tres hijos jóvenes, siempre tiene la necesidad de entablar un
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44. El sabor de sus labios
Maya entonces se paraliza. Vuelve a escucharlo. —Dímelo. La mujer retrocede un momento. No puede ser capaz de describir su molestia impregnada de todo su rostro. —¿Por qué lo has hecho? Maya traga saliva, alzando las cejas —No creí que usted preferiría denegar esa llamada, señor. —Tú conoces está situación. Diana no tiene nada que hacer en estos lares. No debe interrumpir mi trabajo. No puede venir aquí y hablar como si nada ha pasado. Maya, no debiste hacerlo. El mismo regaño controla sus facciones y le dejan un torrente de sorpresa. Podía esperar de todo…pero nunca una cosa como esta. Y más cuando se trataba…¿De Diana? La mujer no tiene por qué dejar pasar esto, no puede dejar que algo como esto la ponga a ella como alguien que su jefe no puede confiar. Tiene que acercarse hacia él casi al instante. —Señor, perdóname, no quise hacerlo…. —¡Basta! Me ha jodido el día. Y si esto lo has hecho a propósito… —¡Cómo se le ocurre! Maya parece gruñir al instante. Ciertamente no fue
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45. Un beso con sabor a cielo
Y entonces todo pasa, no hay marcha atrás, nada es comprendido, el tiempo se detiene. El anhelo consigue verse entre sus labios, que por un instante viajan al cielo, y bajan al paraíso que se deslumbra en lo que ahora, ni siquiera, dan nombre. El aliento es lo primero que se esconde. Se envuelven sus bocas para hacerse uno solo y la primera bocanada de aire se enreda en sus pulmones y tienen que separarse para entender lo que han hecho. Se miran a los ojos, se cierne sobre ellos dos la posibilidad de volver a sentir sus bordes, idóneos para este momento. Una vez más, sus manos se hieren por tenerlo lejos, y en un abrir y cerrar de ojos lo aprisiona contra sí. Inspirando su propio aire, que sabe fresco y dulce cuando lo siente de nuevo. Es un movimiento brusco, en busca de volver a sentir. Precipitado y lleno de ansias. Tropiezan en cuanto es él quien la toma de la cintura y la aprieta contra su pecho. Y ella lo agarra del cuello, envolviéndolo y yendo por ese camino, en donde sus l
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46. Quédate esta noche
Maximiliano baja la mano y solamente puede ponerse más cerca de su cuerpo.—Es culpa mía.Maya aguanta el aliento. Quiere reír ahora por lo coartada que sostiene ahora su jefe…¿Jefe? Realmente lo ha dicho. Y siente sus manos en su hombro. Le está subiendo la tira fina que pertenece a su vestido. Son sus dedos quienes la hacen mantenerse lejos de la sensatez.—No —sus labios no quieren sellarse en este momento—. No lo es. Fui yo quien lo hizo.Maximiliano mantiene su mirada justo en ella.No cabe más de un momento cuando la toma de la muñeca, con suavidad, y de tal manera la eleva del suelo.Su aliento está buscándola. Y sin embargo, en lo único que piensa es en alejarse. Un paso más atrás y tiene que volver a negar.—Tengo que pensar en todo esto.—¿Te arrepientes?Pregunta Maximiliano.Maya pestañea, tomando el poco aire que el alrededor le concede.—No es ahora una pregunta que pueda contestar.Simple.Sus ojos ambarinos abrazan al hombre abochornado frente suyo y contiene el alient
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47. ¿Todo sigue igual?
Recuerda de improviso que la discusión fue por ella. Y su manera de entrar al Livende le produce un extraña sensación directo en el estómago. Toma su cartera, sus guantes y no la deja de mirar.Diana June aparece a través de la tormenta, de forma literal. Deja la sombrilla justo cuando los llaveros le toman el abrigo y sus pertenencias. Su cabello caramelo reluce y Maya se da la vuelta, tragando saliva.Esto debe ser una broma. Maldición.—¿Nos vamos?Jenny también la ve, acercándose hacia recepción. Figura su mohín un tanto distanciado de aquello, pero que finge no ser tan obvio para no dar su brazo a torcer con su amiga.Atisba a Jenny de reojo y asiente.Está dispuesta a salir cuando Diana se divisa en su camino y Maya toma con fuerza su cartera. La mirada que le dirige es sin duda de escrutinio. Pero se endereza, dejando su teléfono justo en la mesa de recepción.—Oh, hola Maya.La susodicha contiene el aliento. Pestañea, en busca de una sonrisa. Pero en realidad parece lo más cer
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48. Un recuerdo amargo
La sonrisa de Maya trata de volver en cuanto se bajan del taxi y se emplean directo a su apartamento. Como es viernes la gente de su vecindario está charlando y bebiendo, comiendo y pasándola bien en el alrededor, que es un gran patio, al igual que una ciudad pequeña y por todos lados se encuentran tiendas, puestos, locales de bebidas y una que otros juegos de casino. Es un paisaje digno de admirar porque pese a que los rascacielos de Nueva York ya lo han dejado muy atrás, la multitud de su vecindario da colores y mucha buena vibra. Maya tiene que sonreírle a Jenny en cuanto la observa dejar sus cosas dentro de un puesto bien conocido en el lugar. De comida rápida, venta de cervezas y golosinas. Una vez que Jenny saluda a la mujer, le presenta a Maya, quien sonríe y muestra un muy buen gesto.—Oh, es un placer. Mi nombre es Britney pero todos me dice Briggie —responde la señora.—Un placer, Briggie —contesta Maya al instante que observa el resplandor de la tienda guindando arriba de
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49. El comienzo de un sentimiento inusual
Por mucho tiempo la llamó Ale: diminuto de Alejandra. Sus ojos atentos y radiantes le hacen recordar mucho al hombre que al parecer vuelve a ella después de mucho tiempo, y aun así tiene Maya que dejar el cigarrillo, colocando la mano detrás para finalmente exclamar:—¡Ale! —sonríe.—¡Maya! Por Dios, ¿qué haces por aquí? —las dos se infunden en un gran abrazo. Está sorprendida hasta más no poder.—¡Es lo mismo que te pregunto! —Maya se aleja para verla de arriba hacia abajo, sonriendo—.¡Estás radiante, Ale! ¿Qué haces en Nueva York?—Bueno —la linda mujer frente suyo se ríe por debajo—. Vine a ver el juego porque mi primo me invitó y me tenía todas las noches repitiendo lo mismo ¾dice, y Maya por supuesto no puede dejar pasar a quien nombra. “Su primo.” Sabe muy bien, bastante bien quien es su primo—. Y aquí vive mi pareja. Aproveché a quedarme aquí, acabamos de llegar del partido.—Oh, eso es genial —es lo que Maya menciona. Cuando nota a Jenny, alza la mano hacia ella—. Mira Ale, el
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50. Angustia
En toda la extensión de la palabra, y en toda la larga noche Jenny no dejó de preguntarle sobre quién era ese hombre, quién en todos los lugares del mundo era ese aquel que la había hecho pronunciar esas palabras y sentirse así, en dónde lo había conocido y por qué apenas ella se enteraba de aquello. No queriendo formular más preguntas por lo mismo, Maya se sintió ida de arrepentimiento al tener a su amiga cuestionando sobre aquello. Y no era porque no quisiera contestar, sino por qué no sabía que era lo que tenía que contestar. Una vez entendiendo que la plenitud de todo aquello fue el beso entre Maximiliano y ella, apenas la noche anterior, es casi imposible mencionárselo a Jenny. Ni siquiera le contó sobre sus desnudos, gordos y lindos pechos estando en la mirada de su señor jefe. En ese momento no tuvo las agallas, ninguna para mantenerse lista en contárselo a su amiga, y confirmando por ella misma…no tiene la menor idea de cómo serían las cosas una vez que lo observase otra vez. Q
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