María Joaquina palideció al escuchar aquella amenaza, la piel se le erizó. —Vámonos —imploró a su novio, lo tomó del brazo y lo sacó de aquel bar, las piernas le temblaban como gelatina. —¿Cómo se te ocurre hacer eso? —vociferó Sebastián respirando agitado, observando a Majo con profunda seriedad, mantenía los dientes apretados, los músculos tensos. —¿Te gusta ese imbécil?Majo sintió una punzada en el pecho, los cuestionamientos de Sebastián eran como dagas que se incrustaban en su corazón, y lo peor que ella había propiciado eso, al aceptar bailar de esa forma con Salvador. —Lo lamento, no sé qué pasó por mi cabeza, ese hombre… es un demonio, me retó, y yo no quise parecer débil —murmuró agitando sus manos—, sé que no es excusa que hice mal. —Irguió la barbilla, observó a su novio a los ojos—, ese infeliz no me interesa, menos me gusta, solo quería demostrarle que triunfé, perdóname. Sebastián relajó su postura, conocía bien a Majo, era una mujer sincera, y también sabía de los a
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