Parado en la puerta, él no pudo evitar cerrar sus ojos. Luego de hacer el amor una vez más, ella le había implorado que se fuera, entre esfuerzos, él había tenido que vestirse, pero la voluntad de irse no llegaba a él: quería permanecer con ella para siempre, allí, en cualquier otro lugar, en donde fuera, solo quería que ambos pudieran estar juntos, solo quería ir a una realidad ajena a aquella, en la que por obligación familiar se casaría con alguien a quien le era imposible amar. —Lo lamento muchísimo, Massiel —murmuró él—. No creas que soy la clase de hombre que… —Por favor, retírese. —Massiel, no vine a tu casa solo para… —Señor Emiliano, váyase. —Me interesas más allá de un simple cuerpo… Ella no respondió nada, se obligó a sí misma a mirarle con frialdad. Aquello jamás debió de haber ocurrido, jamás podría perdonárselo a sí misma. Emiliano le dedicó una última mirada, saliendo de aquella casa, en donde había conocido un paraíso del que no quería salir. En su auto, se tort
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