La visita se extendió a través de una biblioteca de ensueño que, al compararla con la de nuestro colegio, una vez más resultaba mucho mejor y, cuando estábamos por salir, Myriam me jaló del brazo. —Mira, ¿es lo que creo que es?Me disculpé con Laura y seguí a Myriam al lugar que señalaba. —Esto sí no lo puedo creer —dije, con las dos manos sobre mis labios. Enfrente mío, en un extenso anaquel, estaba la colección de libros de novela romántica más extensa que había visto en mi vida e iban desde Corín Tellado a hombres-lobo y vampiros. —¿Impresionadas, chicas? —preguntó Laura al ver nuestras caras no solo sorprendidas, sino también emocionadas. —Los libros —dije, todavía en trance—, estos libros, ¿los pueden leer o solo están aquí exhibidos para tentarlos?Laura se rió.—Por supuesto que los pueden leer —contestó—. Para eso están y, como en el caso de las relaciones sentimentales entre los jóvenes, creemos que, antes que prohibir, es mejor guiar. Ese anaquel en verdad que logró en
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