Al salir a la sala me encuentro con mi chofer, que aún sigue deambulando por los alrededores. ―¿Va a alguna parte, señor? Asiento en respuestas. ―No te preocupes, saldré en mi camioneta. Paso por su lado y me dirijo hacia la puerta principal. ―Debo insistir, señor Di Stéfano ―detengo mis pasos y me doy la vuelta para mirarlo a la cara―. No está en las mejores condiciones para conducir. Entrecierro los ojos y lo miro confuso. ―¿A qué condiciones te refieres? Me acerco a él, pero me tambaleo al primer paso que doy. ―Déjeme cumplir con el trabajo para el que fui contratado, señor ―insiste determinado―. No me lo perdonaría si llega a pasarle algo por mi irresponsabilidad, además, tiene una hija de la cual cuidar, así que puede despedirme cuando amanezca, pero no voy a desistir hasta que logre convencerlo. Aquellas palabras me hacen entrar en razón. ―Está bien, Gustaf ―meso mis cabellos, porque ahora que tengo a Camila en mi vida, no puedo pensar con ligereza―. Tienes razón, acom
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