Entro a la habitación que mandé a decorar para mi hija y la acuesto con cuidado en su cama de princesas. Va a flipar una vez que despierte y vea el mundo de fantasías en la que quedó transformada su habitación. ―Duerme, cariño, papi, nunca más se alejará de ti. Ella se remueve y abre sus ojitos perezosos. ―Acuéstate conmigo, papi ―susurra, adormitada―, y abrázame fuerte. Sonrío henchido de felicidad. Haría cualquier cosa que ella me pida. Me quito la chaqueta y la corbata y las dejo en la silla. Desprendo algunos botones de mi camisa, me arremango las mangas y, por último, me quito los zapatos. Subo a su cama de dosel color rosa y me acuesto a su lado. Apenas me siente, se acurruca contra mi pecho. ―Te amo, papi, y te extrañé mucho… Me inclino y dejo un beso en su cabecita. ―Yo también te amo, mi princesa. Una lágrima rueda por mi cara debido a lo culpable que me siento por haberla abandonado. La sostengo entre mis brazos y aspiro de su dulce aroma mientras palpo con la palma d
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