Herminia miraba a su nieta con tristeza, mientras era preparada para la ceremonia matrimonial. El vestido que lucía era exquisito, de un blanco inmaculado, con corte de princesa; el maquillaje estaba a cargo de una profesional, que se había encargado de dar un toque natural. Se veía realmente bella, perfecta… pero, esa perfección no era real. “No todo lo que brilla es oro. No toda felicidad es genuina…” Y aunque podía admirar a su nieta sonreír frente al espejo, sabía que en su interior algo se estaba quebrando, algo dolía. En su mirada, la tristeza se colaba como una sombra silenciosa que la perseguía, era inevitable no verlo cuando sus ojos siempre habían sido tan expresivos. —¿Pueden darnos un momento?—se atrevió la anciana a preguntar. Las encargadas de los últimos arreglos, asintieron antes de marcharse de la habitación. —¿Qué ocurre, abuela?—se interesó Victoria cuando estuvieron finalmente solas. —Sé que no estás feliz, hija, puedo verlo en tus ojos—comenzó la mujer miránd
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