Clarissa tuvo un momento de lucides, solo un segundo en el que se preguntó si aquello sería lo correcto, y desde el suelo, arrodillada, contempló los ojos que la miraban desde arriba, un azul como el hielo, casi grises, pero no le transmitían frío, más bien todo lo contrario, un fuego intenso, un calor que sintió desde la parte baja de su vientre y que le trepó por la espalda llenándole el cuerpo de una excitante mescla de confusión y morbo. Con las manos acarició el abdomen marcado, y la mano grande de él se posó sobre su hombro. Ya no le importaba nada. ¿Qué más daban las consecuencias si lograba quitarse lo que tenía atrancado entre el pecho y la espalda? Así que acercó la boca y con los dientes mordió despacio el bulto que comenzaba a crecer entre las piernas de Emanuel y cuando lo sintió palpitar en su boca perdió de nuevo el raciocinio. Mordió de nuevo, y luego otra vez mientras no apartaba la mirada de los ojos del hombre y él le acariciaba la cabeza con delicadeza. Con las
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