Los latidos de Ciabel tendían a agitarse, pero esta vez lo interesante fue que el corazón de Damián iba a toda velocidad en ese momento.Si la odiaba o no le tenía aprecio, por la manera en la que la veía y sus ojos brillaban, cualquiera hubiese dudado de aquella afirmación. No entendía por qué alguien maltrataría a cualquier otra persona, ni por qué desearía hacerle daño a la madre de su hijo.Le fascinó —tal vez más de lo que debía— la forma en la que esos ojos peculiares recorrieron su rostro y se detuvieron específicamente justo donde estaban sus labios. Por inercia, bajó a ver a los suyos. Eran carnosos, rosados y tiernos. Era tierna, se veía como un ángel, lo que contrastaba con su personalidad arisca. «Eres preciosa» pensó y no lo dijo. Se lo guardó dentro suyo, como todo aquello que no se animaba a decirle. No todavía. No era el momento. No estaba listo y dudaba que lo entendiera.—¿Estás bien? —susurró, como si lo que estaban haciendo fuera un secreto, algo indebido.Le re
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