Fue un inmenso baldado de agua fría después de un plácido atardecer bajo una manta, junto al fuego de una chimenea y un buen vino tinto, porque así sentí que transcurrió el almuerzo con Esmeralda, pese a los comentarios insidiosos de mi madre, y el posterior comentario de ella prohibiéndole la participación en el concurso, so pena de negarme el apoyo que tanto necesitaba. Fue ridículo intentar un arreglo, siquiera una explicación, para su decisión salvo el hecho, ahora indiscutible, de que a ella, mi madre, le resultaba molesta cualquier mujer que pudiera entrar en mi vida y cimbrear su posición hegemónica sobre mí. Me fui deseando no volver hasta que hubiera cambiado de parecer, pero eso, que ella cambiase su postura respecto de algo o de alguien, era pedir que el fuego del infierno bajara su temperatur
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