Después de que Franco vendió los pocos muebles viejos que poseía, entregó la casita al hombre y se despidió de la vecina. Le agradeció todo lo que hizo por él y su hija, asimismo, le dio un regalo de despedida.—Es hora de irnos —anunció Daniela, sacándolo de su ensoñación, puesto que él se quedó observando la casucha con una emoción extraña.Vivió allí por unos dos años y ahora se le hacía irreal, el que por fin iba a mudarse de aquel vecindario peligroso. Suspiró al recordar la razón de haber caído tan bajo y la nostalgia del pasado afloró en su pecho.—Vamos —respondió él y se subió al vehículo. Miró a Ashley por instinto, quien iba en la parte trasera de la camioneta, y sonrió al ver sus ojitos cafés perdidos en el cristal.«Estaremos bien, pequeña, desde ahora en adelante nuestra vida será diferente», piensa, y se recuesta del asiento con los ojos cerrados.***Las vacaciones navideñas llegaron y, con estas, el desempleo de Franco, dado que enviaron a un nuevo conserje a la escue
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