Franco arrastraba dos carritos de los grandes, uno con cada mano, ambos repletos de productos empacados en bolsas plásticas. Llegó al estacionamiento que se encontraba en el sótano, seguido por una mujer de unos cuarenta y tantos años, quien no le quitaba los ojos de encima.Ella presionó el beeper del carro para poder abrir el baúl, entonces Franco se apresuró a meter las bolsas allí. Cuando terminó, él unió los dos carros para transportarlos con más facilidad.La clienta se le acercó con una sonrisa coqueta mientras lo miraba de arriba abajo con lujuria.—Oye, chico, ¿cómo te llamas?—Franco —respondió con una sonrisa amigable.—Mi nombre es Lourdes, pero puedes llamarme Lo. —Sonrió coqueta—. Toma, para que te compres un refresco. Y, gracias, eh. —Entró en el vehículo y se marchó. Franco se quedó estático en su lugar, mirando el billete ensimismado.Ella le había dado mucho dinero, más del que él se podía ganar en un día. Con una sonrisa maravillada, Franco se dirigió a una de las c
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