Tres semanas después, Marco estuvo listo para ser dado de alta del hospital, ya estaba fuera de peligro. Debía apoyarse en un bastón por un tiempo, pero el ortopedista le había asegurado que con tiempo y rehabilitación volvería a caminar. Los negocios los había dejado a manos del vicepresidente de la empresa, y había decidido no alarmar a sus padres. La salud de su padre era demasiado precaria como para alterarse por algo que ya no tenía remedio. Se sentía extraño, regresar a la mansión Stevens. Había sido un día lluvioso de febrero, y a Marco la pierna le dolía como los mil infiernos. —Vamos, no seas impertinente. Tómate tus medicamentos.— regañó a Marco, al ver que se reusaba a hacerlo.—Por Dios, Marco, deja de comportarte como un niño engreído. Toma tus analgésicos de una vez. Marco rodó los ojos, y se tragó los comprimidos, haciendo una mueca. —Eso es, buen chico. Ahora, vamos, voy a prepárate el baño. Marco palideció. —En serio…no estarás pensando en bañarme, ¿verdad? El
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