«Capítulo Vigésimo Quinto» Una niña salió del capullo con sus dedos que escarbaron entre la fangosidad de liquido negro. Su mano fue la primera en salir, los ojos de su padre estaban tan abiertos como era posible al ver a su pequeña impulsarse fuera de ese bulto, se le desprendía aquel líquido hasta estar frente a él. No lo creía posible, ni siquiera remotamente creíble. Su sed de sangre se neutralizó debido a que tenía a la persona que más extrañaba frente a él. Había perdido su alma, pero le parecía que en realidad fue recuperada al verla. —¿Padre? — susurró. Él estaba arrodillado, con las manos temerosas de acercarse y tembló. Me paré detrás de la pequeña, hice con un movimiento de mi mano para que Klara le pusiese una capa encima. Le acarició suave el cabello y lo miré por lo alto.—He cumplido mi promesa. —¿Está viva? —La abrazó con cariño, con un anhelo eterno. —¿Cómo? —Se levantó, cargaba a la chiquilla. —La magia puede ser usada para muchas cosas, Adrian. —Junté mis manos
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