La mirada de Abel se oscureció por completo, la observó con infinito deseo. Malú sonrió se recargó en el vano de la puerta, le guiñó un ojo, y se mojó los labios con sensualidad, observó que él solo estaba puesto un chándal, y no llevaba camiseta, suspiró profundo, lo barrió con la vista, contempló esa espalda ancha, y su firme pectoral. —¿No piensas saludarme? —indagó ella, y caminó con sensualidad hacia él. —Me has robado hasta el aliento —contestó Abel, se aproximó a ella, la tomó de la cintura, la pegó a su cuerpo, con las pupilas dilatadas—, me vuelves loco —susurró al oído de Malú. Ella cerró sus ojos, colocó sus manos en el firme pectoral de él, restregó sus caderas en la creciente virilidad de él. —Ya veo cómo te pongo —carraspeó mordiéndose los labios. —Es el efecto que solo tú causas en mí —aseguró Abel, la tomó de los glúteos, y la apretó más a él. —Siénteme —expresó con esa voz ronca y varonil. Malú emitió un gemido, una cálida energía la envolvió por completo, su cu
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