—Hola, preciosa —saludó Eduardo, sonrió ampliamente, con sus ojos la recorrió, se mojó los labios, y elevó una ceja al ver en dónde se hallaba sentada. Se aproximó y le besó la mejilla, inhaló su aroma a violetas, suspiró profundo. —Buenas noches —contestó Malú, sintió un corrientazo cuando los labios de él rozaron su mejilla, se estremeció, frunció el ceño, eso jamás le había pasado antes con ningún otro hombre, excepto con Jorge, su primo, a quién amaba desde que eran niños, y quien en realidad no llevaba la sangre Duque, pero al ser hijo del mejor amigo de su padre, era como alguien de la familia. —¿Has pedido algo de beber? —cuestionó Eduardo, sin dejar de verla, ni de sonreír. Tomó asiento a su lado. —No, aún no, te estaba esperando, imagino que prefieres whisky. —Frunció los labios—, seguramente nunca has probado un buen aguardiente colombiano. —Sonrió. Eduardo alzó la barbilla para mirarla. —Hay muchas cosas en Colombia, qué deseo probarlas. —La recorrió con descaro—, pero
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