Malú suspiró profundo al volver al presente, su cabeza reposaba en el pecho de Abel, ambos se hallaban recostados en una hamaca en el balcón de la alcoba de ella. —Te convertiste en un ángel en mi vida —repitió él. Malú elevó su rostro, lo miró a los ojos. —Aún no he podido sacarte el diablo que llevas dentro —expresó con voz temblorosa—, tengo miedo que aún tengas rencor en tu alma. Abel parpadeó se estremeció al escucharla, la comprendía bien, pero la duda le dolía en el alma. —Te comprendo, pero deberías darte cuenta de que en cada beso que te doy, te dejo mi alma, por completo —expresó con la garganta seca. Malú inhaló profundo, le brindó una sonrisa, y en eso el timbre del apartamento interrumpió el momento. Ella frunció el ceño. —¿Pediste algo de comer? —indagó a Abel. Él negó con la cabeza, frunció los labios. —No, para nada. —Voy a abrir —contestó ella. Malú se arregló el cabello, se colocó sus sandalias y se acercó a la puerta de madera y abrió, notó que en la puer
—Hola, preciosa —saludó Eduardo, sonrió ampliamente, con sus ojos la recorrió, se mojó los labios, y elevó una ceja al ver en dónde se hallaba sentada. Se aproximó y le besó la mejilla, inhaló su aroma a violetas, suspiró profundo. —Buenas noches —contestó Malú, sintió un corrientazo cuando los labios de él rozaron su mejilla, se estremeció, frunció el ceño, eso jamás le había pasado antes con ningún otro hombre, excepto con Jorge, su primo, a quién amaba desde que eran niños, y quien en realidad no llevaba la sangre Duque, pero al ser hijo del mejor amigo de su padre, era como alguien de la familia. —¿Has pedido algo de beber? —cuestionó Eduardo, sin dejar de verla, ni de sonreír. Tomó asiento a su lado. —No, aún no, te estaba esperando, imagino que prefieres whisky. —Frunció los labios—, seguramente nunca has probado un buen aguardiente colombiano. —Sonrió. Eduardo alzó la barbilla para mirarla. —Hay muchas cosas en Colombia, qué deseo probarlas. —La recorrió con descaro—, pero
Malú no había salido en toda la tarde, molesta con Abel, sin embargo, eso le había ayudado a él a preparar una gran sorpresa. Rememoró el mismo escenario de cuando tuvieron su primera vez, luego de dos meses de noviazgo. Una vez con todo listo, se aproximó a la puerta de la alcoba. —Malú, sale por favor —solicitó con voz pausada—, sé que me porté como un idiota, debes saber que los celos me cegaron, discúlpame, anda ven a cenar, por favor. Malú se hallaba recostada en la cama viendo Manifiesto en Netflix, frunció los labios al escucharlo. —Tengo sueño, solo quiero dormir —mintió sin abrir—, ya estoy con pijama. Abel inhaló profundo. —Sí sales te vas a llevar una gran sorpresa, te espero en veinte minutos —solicitó—, imagina que vas a cenar conmigo en un restaurante, vístete para la ocasión, es importante. Malú ladeó los labios y cerró los ojos. «¡Me encantan las sorpresas!»Tiempo después Abel caminaba impaciente, habían pasado treinta minutos y ella no aparecía, resopló desa
Abel antes de llevarla a la alcoba se inclinó ante ella, y le robó un dulce y cálido beso. —Espera un momento —solicitó, ladeó los labios con esa expresión tan sensual que derretía a Malú. Ella se limitó a asentir, y esperar. Abel se movió con rapidez, Malú notó que sacaba algunas cosas de unas bolsas que no alcanzaba a distinguir y luego desapareció en la alcoba, al cabo de unos pocos minutos él volvió a aparecer, la expresión de su mirada parecía destilar fuego y eso encendió la piel de la joven. —Está listo —carraspeó con voz ronca. Ella se sobrecogió, todo su cuerpo se erizó, ya no había marcha atrás, era ahora o nunca. Enseguida él la cargó en sus fornidos brazos y la llevó a la alcoba. Los ojos de Malú se abrieron con amplitud al ver las velas con aroma a rosas que él había colocado en las mesas de noche y en la cómoda. Desde la playlist de Abel sonaba: «Amante del amor by Luis Miguel»Malú inhaló aquel aroma, era exquisito, pero aún más la fragancia a pino que desprendía
Eduardo no tuvo otra alternativa que aceptar la propuesta de Mafer. Un profundo silencio se hizo en el ambiente, mientras empezaban la travesía. Ella solo contemplaba la oscuridad de la carretera, entonces decidió encender el reproductor de música, en ese instante sonaba: «Contigo by Joaquín Sabina»—¡Me encanta ese tema! —exclamó Mafer, su mirada brilló. Eduardo sonrió con amplitud, giró levemente para verla. —Lo que yo quiero corazón cobarde, es que mueras por mí —canturreó él. Mafer se mordió los labios, suspiró profundo al escucharlo, sintió su piel erizarse al escuchar su ronca voz, sacudió su cabeza, y prosiguió con la otra parte de la melodía. —Y morirme contigo si te matas. Y matarme contigo si te mueres. Un semáforo detuvo el tráfico, entonces Eduardo aprovechó la oportunidad para verla a los ojos, su corazón vibró, esa chiquilla irreverente y bastante traviesa, lo enloquecía. Mafer reflejó su mirada en la azulada de él, se mojó los labios, a veces cuando estaba cerca d
Mafer se había quedado dormida, durante un buen tramo del camino. Su cabeza reposaba plácidamente sobre el hombro de Eduardo. Él suspiró profundo, inhaló su aroma a violetas, y aunque era muy incómodo conducir en esas circunstancias, el sacrificio valía la pena. «Tanto by Pablo Alborán» era la única compañera de Eduardo en el viaje. —Vamos a jugar a escondernos. Besarnos si de pronto nos vemos. Desnúdame, y ya luego veremos. Vamos a robarle el tiempo al tiempo…—canturreó bajito, acarició con delicadeza la mano de Mafer. —Me encantas chiquilla alocada —murmuró. Entonces cuando llegaron a Fresno en Tolima, Eduardo siguiendo las instrucciones del GPS aparcó el auto frente a un hotel. Mafer se removió, sus fosas nasales se llenaron de aquella fragancia a cedro y cuero que desprendía la piel de Eduardo, se estremeció por completo, abrió sus ojos con sorpresa, y se reflejó en la mirada de él. Sus rostros estaban muy cercanos, tanto que podían sentir la respiración del otro. «¡Si no fu
La mirada de Abel se oscureció por completo, la observó con infinito deseo. Malú sonrió se recargó en el vano de la puerta, le guiñó un ojo, y se mojó los labios con sensualidad, observó que él solo estaba puesto un chándal, y no llevaba camiseta, suspiró profundo, lo barrió con la vista, contempló esa espalda ancha, y su firme pectoral. —¿No piensas saludarme? —indagó ella, y caminó con sensualidad hacia él. —Me has robado hasta el aliento —contestó Abel, se aproximó a ella, la tomó de la cintura, la pegó a su cuerpo, con las pupilas dilatadas—, me vuelves loco —susurró al oído de Malú. Ella cerró sus ojos, colocó sus manos en el firme pectoral de él, restregó sus caderas en la creciente virilidad de él. —Ya veo cómo te pongo —carraspeó mordiéndose los labios. —Es el efecto que solo tú causas en mí —aseguró Abel, la tomó de los glúteos, y la apretó más a él. —Siénteme —expresó con esa voz ronca y varonil. Malú emitió un gemido, una cálida energía la envolvió por completo, su cu
—¡Abel! ¡Malú! Fueron los gritos desesperados del padre Teo. —Algo ocurre —mencionó Malú, algo contrariada. Abel soltó el aire que estaba conteniendo, por unos momentos se sintió liberado, pero esa tranquilidad era momentánea, sabía que de un instante a otro Malú retomaría la charla, y el momento decisivo llegaría. —Voy a ver qué desea —comunicó Abel, aclarándose la voz. Enseguida Malú bajó de la encimera, y se metió a la alcoba, Abel se colocó una camiseta y salió a abrir. —Buenos días, padre, ¿qué sucede? —indagó al ver al sacerdote con el cabello enmarañado, agitado. —¡Muchachos! —exclamó—, ha llegado un delegado de la presidencia de la república necesitamos que ustedes expongan los proyectos con urgencia, he estado llamándote, pero no respondes. —Soltó el aire que estaba conteniendo. —¿Y en dónde se encuentra ese delegado? —cuestionó Malú apareciendo en ese momento. —Me informaron que al medio día tiene un almuerzo con el alcalde —indicó. Malú miró a Abel, se apro