Mafer se había quedado dormida, durante un buen tramo del camino. Su cabeza reposaba plácidamente sobre el hombro de Eduardo. Él suspiró profundo, inhaló su aroma a violetas, y aunque era muy incómodo conducir en esas circunstancias, el sacrificio valía la pena. «Tanto by Pablo Alborán» era la única compañera de Eduardo en el viaje. —Vamos a jugar a escondernos. Besarnos si de pronto nos vemos. Desnúdame, y ya luego veremos. Vamos a robarle el tiempo al tiempo…—canturreó bajito, acarició con delicadeza la mano de Mafer. —Me encantas chiquilla alocada —murmuró. Entonces cuando llegaron a Fresno en Tolima, Eduardo siguiendo las instrucciones del GPS aparcó el auto frente a un hotel. Mafer se removió, sus fosas nasales se llenaron de aquella fragancia a cedro y cuero que desprendía la piel de Eduardo, se estremeció por completo, abrió sus ojos con sorpresa, y se reflejó en la mirada de él. Sus rostros estaban muy cercanos, tanto que podían sentir la respiración del otro. «¡Si no fu
La mirada de Abel se oscureció por completo, la observó con infinito deseo. Malú sonrió se recargó en el vano de la puerta, le guiñó un ojo, y se mojó los labios con sensualidad, observó que él solo estaba puesto un chándal, y no llevaba camiseta, suspiró profundo, lo barrió con la vista, contempló esa espalda ancha, y su firme pectoral. —¿No piensas saludarme? —indagó ella, y caminó con sensualidad hacia él. —Me has robado hasta el aliento —contestó Abel, se aproximó a ella, la tomó de la cintura, la pegó a su cuerpo, con las pupilas dilatadas—, me vuelves loco —susurró al oído de Malú. Ella cerró sus ojos, colocó sus manos en el firme pectoral de él, restregó sus caderas en la creciente virilidad de él. —Ya veo cómo te pongo —carraspeó mordiéndose los labios. —Es el efecto que solo tú causas en mí —aseguró Abel, la tomó de los glúteos, y la apretó más a él. —Siénteme —expresó con esa voz ronca y varonil. Malú emitió un gemido, una cálida energía la envolvió por completo, su cu
—¡Abel! ¡Malú! Fueron los gritos desesperados del padre Teo. —Algo ocurre —mencionó Malú, algo contrariada. Abel soltó el aire que estaba conteniendo, por unos momentos se sintió liberado, pero esa tranquilidad era momentánea, sabía que de un instante a otro Malú retomaría la charla, y el momento decisivo llegaría. —Voy a ver qué desea —comunicó Abel, aclarándose la voz. Enseguida Malú bajó de la encimera, y se metió a la alcoba, Abel se colocó una camiseta y salió a abrir. —Buenos días, padre, ¿qué sucede? —indagó al ver al sacerdote con el cabello enmarañado, agitado. —¡Muchachos! —exclamó—, ha llegado un delegado de la presidencia de la república necesitamos que ustedes expongan los proyectos con urgencia, he estado llamándote, pero no respondes. —Soltó el aire que estaba conteniendo. —¿Y en dónde se encuentra ese delegado? —cuestionó Malú apareciendo en ese momento. —Me informaron que al medio día tiene un almuerzo con el alcalde —indicó. Malú miró a Abel, se apro
Fresno- Tolima. Mafer escuchó el sonido de su móvil lejano, intentó moverse, pero se vio prisionera en los fuertes brazos. «Pero ¿qué significa esto?» se preguntó percibiendo como Eduardo la tenía prisionera. «¡No lo puedo creer!» Inhaló profundo cuando él se removió y la apretó más a su cuerpo, pudiendo ella sentir su calidez. «Debe ser bonito tener una pareja y amanecer en los brazos de esa persona» pensó y su corazón volvió a entristecerse. «Si tan solo te decidieras Jorge, seríamos tan felices»Sin embargo, estar en los brazos de Eduardo, no fue desagradable para ella, se removió para contemplarlo, y suspiró profundo. —Eres muy guapo, y atractivo, además que sabes seducir a las mujeres, eres muy peligroso, porque finges en ocasiones ser un caballero, pero yo sé que no es así, mi mamá siempre dice que caras vemos, corazones no sabemos —susurró bajito. —¿Y tu mamá sabe que te gusta escuchar cosas prohibidas, y te fascina esposar hombres? —cuestionó Eduardo, la miró a los ojos,
—Mi familia, piensa donar gran parte de la inversión —informó ella. —Ah ya entendemos todo, lo suyo es tan solo un capricho de niña rica, pide a sus papis dinero para quedar bien con los demás —indicó el doctor Mendoza—, las chicas como usted deben estar en el salón de belleza, haciéndose las uñas, o de compras en New York, no sirven para más, dicen que a ustedes las millonarias, les falta cerebro. —Carcajeó.Abel resopló, apretó los dientes, la mandíbula y todos los músculos de su cuerpo se tensaron, respiró agitado, decidido a lanzarle un puño en la cara a ese infeliz. —Y los machistas como usted tienen cierta parte del cuerpo, chiquita, por eso son tan acomplejados —respondió ella. Todos en la sala soltaron una sonora carcajada el escucharla. —Mire señorita…—Mire usted viejo atrevido, yo no voy a permitir que venga a insultarme, porque usted no sabe quién soy yo —habló con propiedad muy enfática—, soy una persona que desde niña me he vinculado al negocio de mi familia, a mí na
El corazón de Mafer retumbó con violencia, con torpeza sacó el arma, las manos le temblaban. —No se me acerque o disparo —aseguró, respirando agitada. —¿Por qué tan arisca, mamacita? —cuestionó aquel hombre deteniendo su andar—, llevas horas aquí, yo puedo llevarte a dónde desees —comunicó y la devoró con la mirada. —No gracias, estoy esperando a mi esposo —mintió balbuceando. —Mientras llega podemos divertirnos —propuso y se mojó los labios. —No te me acerques —gritó Mafer—, voy a disparar —informó temblando. El chillido de las llantas de un auto, le congeló la sangre. «Estoy perdida» presionó sus ojos, por segundos. —¿Todo en orden, cariño? —escuchó en la voz de Eduardo, le quitó el arma, antes que cometiera una locura, y le fuera a disparar a él. Mafer abrió sus ojos con sorpresa, el corazón se le asentó nuevamente. El hombre que la acosaba se alejó de inmediato. —¡Volviste! —exclamó, y lo abrazó con fuerza. Eduardo se sorprendió ante su efusividad, guardó el a
Aquella confesión retumbó en la mente de Malú: “Abel te empujó y perdiste a tu bebé” “Por culpa de Abel, no volverás a tener hijos” Cada frase se incrustaba como estacas en su pecho, el dolor era profundo, que parecía quemarle el pecho, gruesas lágrimas rodaban por sus mejillas. —Dime que no es verdad —balbuceó temblorosa mirando a Abel con los ojos cristalinos. Abel inclinó la cabeza, él tenía el semblante lleno de palidez, la tristeza y el remordimiento parecían reflejados en su rostro, en la expresión llena de melancolía de su mirada. —Fue un accidente, yo sería incapaz de agredirte —declaró. —¡Eso es lo que él dice! —refutó Mafer apretando los puños. —¡No le creas! ¡Se está aprovechando que no tienes memoria! —rugió agitada. —¡YA BASTA! —vociferó Abel en contra de Mafer, la vena de su frente saltó, estaba desesperado. —¡No le grites! —advirtió Eduardo a su amigo, se colocó frente a Mafer para defenderla. —No necesito que me defiendas —gruñó ella, observó a Eduardo
Abel se hallaba devastado, sentado en una silla frente a la mesa que minutos antes compartía con Malú. El dolor de perderla le estaba desgarrando el alma, su pecho subía y bajaba agitado, intentando contener la marea de emociones que lo envolvían: Dolor, ira, enojo, remordimiento, consigo mismo. Desde las bocinas del restaurante sonaba: «Tu respiración by Chayanne»«Tu ausencia destruye todo mi ser, no encuentro, como volverte a tener. Te pediría déjame mostrarte, que soy tu aliado, amigo, siempre amante. Mírame aquí estoy sin ti, y solo sé que te he extrañado tanto, que me haces falta y no imaginas cuanto…»Aquella melodía se clavó en el corazón de Abel y sintió agonizar sin Malú, bebió de un solo golpe el whisky que Eduardo había pedido con antelación. —Calmate —recomendó Eduardo—, era inevitable que ella reaccionara de esa forma. —¡No! —exclamó Abel, con voz iracunda, entonces las lágrimas que estaba conteniendo corrieron por sus mejillas—, era yo él que debía contarle eso, la h