¿Qué sucederá? leo sus reseñas.
Aquella confesión retumbó en la mente de Malú: “Abel te empujó y perdiste a tu bebé” “Por culpa de Abel, no volverás a tener hijos” Cada frase se incrustaba como estacas en su pecho, el dolor era profundo, que parecía quemarle el pecho, gruesas lágrimas rodaban por sus mejillas. —Dime que no es verdad —balbuceó temblorosa mirando a Abel con los ojos cristalinos. Abel inclinó la cabeza, él tenía el semblante lleno de palidez, la tristeza y el remordimiento parecían reflejados en su rostro, en la expresión llena de melancolía de su mirada. —Fue un accidente, yo sería incapaz de agredirte —declaró. —¡Eso es lo que él dice! —refutó Mafer apretando los puños. —¡No le creas! ¡Se está aprovechando que no tienes memoria! —rugió agitada. —¡YA BASTA! —vociferó Abel en contra de Mafer, la vena de su frente saltó, estaba desesperado. —¡No le grites! —advirtió Eduardo a su amigo, se colocó frente a Mafer para defenderla. —No necesito que me defiendas —gruñó ella, observó a Eduardo
Abel se hallaba devastado, sentado en una silla frente a la mesa que minutos antes compartía con Malú. El dolor de perderla le estaba desgarrando el alma, su pecho subía y bajaba agitado, intentando contener la marea de emociones que lo envolvían: Dolor, ira, enojo, remordimiento, consigo mismo. Desde las bocinas del restaurante sonaba: «Tu respiración by Chayanne»«Tu ausencia destruye todo mi ser, no encuentro, como volverte a tener. Te pediría déjame mostrarte, que soy tu aliado, amigo, siempre amante. Mírame aquí estoy sin ti, y solo sé que te he extrañado tanto, que me haces falta y no imaginas cuanto…»Aquella melodía se clavó en el corazón de Abel y sintió agonizar sin Malú, bebió de un solo golpe el whisky que Eduardo había pedido con antelación. —Calmate —recomendó Eduardo—, era inevitable que ella reaccionara de esa forma. —¡No! —exclamó Abel, con voz iracunda, entonces las lágrimas que estaba conteniendo corrieron por sus mejillas—, era yo él que debía contarle eso, la h
Al día siguiente ni Malú ni Abel habían podido conciliar el sueño. Ella madrugó, y empezó a guardar las cosas de él. El corazón se le estremeció al inhalar el aroma de él impregnado en su ropa. «No fue más que un sueño, la realidad es otra, el pasado es terrible, y siento que nos va a perseguir por siempre»Tembló al pensar en todo lo que Mafer le narró, las cosas tan malas que hizo Abel. «No puedo creer que seas el mismo hombre de quién me enamoré: ¿Por qué Luz Aída te manipuló tanto?»Limpió con el dorso de su mano, las lágrimas que corrían por sus mejillas, de inmediato guardó con rapidez las cosas de él, lo conocía, sabía que no tardaba en llegar. «No sé si estoy lista para enfrentarme a ti, me duele tanto el corazón, intento odiarte y no puedo»Se reprochó sintiendo que el pecho le ardía. *****Abel no había dormido nada, las dudas acribillaban su alma, no sabía cómo lo iba a recibir Malú. —No estás en condiciones de conducir por carretera, debes pedirle a alguien que lo hag
Mafer se removió con fuerza de los brazos de Eduardo, logró soltarse, arrugó el ceño y colocó sus manos en la cintura, observando con las pupilas dilatadas y la respiración agitada como su hermana se iba con Abel. —Ni pienses que se van a salir con la suya —rugió apretando los puños—. Yo ya me encargué de abrirle los ojos a mi hermana, ella ya sabe la clase de alimañas venenosas que son tú y Abel —masculló. Eduardo carraspeó, centró su mirada en la joven.—Eres muy explosiva, las cosas no se solucionan de esa manera, puedo comprender tu odio hacia Abel, pero no te das cuenta de que estás arrastrando a tu hermana al sufrimiento, María Luisa no es una niña, sabe defenderse bien, tomará la mejor decisión —recomendó con profunda seriedad. Mafer rodó los ojos, sus labios perfilaron una mueca de desagrado. —No voy a permitir que ese diablo, regrese a nuestras vidas, lo único que causa la gente confabulada con Luz Aída es destrucción. —La voz se le quebró. Eduardo inhaló profundo.—Lo c
Abel ladeó los labios, la invitó a bajar del vehículo, caminaron frente a la única iglesia que había en la ciudad, tomaron asiento en unas bancas de cemento en el parque. Malú miró a varios niños, correr, jugar, sonreír con sus padres, y el corazón se le estrujó en el pecho, no podía dejar de pensar en su bebé muerto. Él le acarició la mejilla, la tomó de la mano, al notar su tristeza. —¡Abel! —gritaron varios chiquillos en coro, se acercaron a él. El hombre se puso de pie de inmediato, esbozó una amplia sonrisa, ellos lo abrazaron por las piernas. Los pequeños vestían pantalonetas, camisetas sin magas, y zapatos desgastados, eran de piel bronceada, cabello oscuro, ojos vivaces, del color del ébano de la noche. —¿Cómo han estado, chavales? —cuestionó Abel acariciando la cabeza de cada uno. —Bien, muchas gracias por los balones de futbol que nos enviaste, y los uniformes para formar los equipos —dijo el más grande de ellos. —¿Jugarás un partido con nosotros? —¡Por supuesto! —r
Malú deglutió la saliva con dificultad. Se aproximó a Abel y volvió a abrazarlo, lloró, llena de dolor, sintiendo impotencia por aquellos inocentes, y por aquella guerra que casi destroza su país. —¿Cómo conociste a Luz Aída? —cuestionó. —Salgamos de aquí —propuso Abel, le limpió con los pulgares las lágrimas. Malú estaba muy conmovida con el pasado de él. Volvieron a subir al auto, y la llevó a un almacén de ropa, Malú aprovechó para comprarse varios jeans, tops, camisetas, shorts, sandalias y zapatos deportivos. Luego de eso, Abel la llevó a comer en un sencillo restaurante, las mesas y sillas eran de plástico; él solicitó varias arepas rellenas de pollo, carne desmechada, lechuga tomate. —Unos meses después de aquella masacre, ella apareció por aquí —empezó a narrar. Los ojos de Abel estaban rojos e hinchados—, mi abuela y Luz Aída eran comadres, ella se había enterado la difícil situación por la que estábamos pasando, llegó en su silla de ruedas, con varios regalos para mi mad
Mafer y Eduardo llegaron al hospital, luego de presentarse con el padre Teo, hicieron un recorrido por las instalaciones. Mafer observó la gran cantidad de personas que asistían a consulta. —¿Qué vamos a hacer con toda esa gente? —cuestionó susurrando bajito—, no se puede cerrar todo el hospital. Eduardo se aclaró la garganta. —Tienes razón, pero yo no tengo idea de qué pensaban hacer Abel y tu hermana —indicó. Justo en ese momento ingresó impecable, y caminando con seguridad: Sebastián el alcalde, arrugó levemente el ceño, al reconocer a la hermana de Malú, y no ver a Abel. Se aproximó a ellos para indagar. —Buenos días, señorita, disculpe la demora —expresó con amabilidad, extendió su mano para saludar a Mafer. Ella correspondió el saludo, esbozó una sonrisa. —No se preocupe, acabamos de llegar —avisó ella, y notó que él miraba a los alrededores, como si buscara a alguien—, mi hermana no pudo venir, tuvo un… inconveniente. —Apretó los labios—. El diab… perdón Abel envío a su
Malú jadeó al escucharlo, resopló. —Debo llevarte a ver el otro lado de la moneda, y descubras por ti mismo, quién era en realidad esa mujer —expresó y enseguida notó el semblante descompuesto de Abel, se conmovió y suavizó el tono de su voz—, lo siento, no quise sonar insensible —se disculpó, se aproximó a él, lo abrazó—, lamento tanto que hayas tenido que pasar por todo esto —expresó con calidez, y se quedó pensativa. «Podías haberte convertido en un delincuente, o en uno más de esos hombres, pero saliste adelante, claro que, con ayuda de esa bruja, te utilizó, fuiste solo una pieza para llegar a destruirnos»El corazón se le agitó y se separó de él. —¿Ahora comprendes por qué la quise tanto? —cuestionó Abel. Para Malú era difícil comprender que alguien guardara sentimientos de cariño para ese mujer, pero luego de conocer esa barbarie, lo entendía mejor. —Lo sé, lástima que ella no lo hizo con buenas intenciones. —Suspiró profundo. —Vamos a la cancha del pueblo, les ofrecí ju