Abel ladeó los labios, la invitó a bajar del vehículo, caminaron frente a la única iglesia que había en la ciudad, tomaron asiento en unas bancas de cemento en el parque. Malú miró a varios niños, correr, jugar, sonreír con sus padres, y el corazón se le estrujó en el pecho, no podía dejar de pensar en su bebé muerto. Él le acarició la mejilla, la tomó de la mano, al notar su tristeza. —¡Abel! —gritaron varios chiquillos en coro, se acercaron a él. El hombre se puso de pie de inmediato, esbozó una amplia sonrisa, ellos lo abrazaron por las piernas. Los pequeños vestían pantalonetas, camisetas sin magas, y zapatos desgastados, eran de piel bronceada, cabello oscuro, ojos vivaces, del color del ébano de la noche. —¿Cómo han estado, chavales? —cuestionó Abel acariciando la cabeza de cada uno. —Bien, muchas gracias por los balones de futbol que nos enviaste, y los uniformes para formar los equipos —dijo el más grande de ellos. —¿Jugarás un partido con nosotros? —¡Por supuesto! —r
Malú deglutió la saliva con dificultad. Se aproximó a Abel y volvió a abrazarlo, lloró, llena de dolor, sintiendo impotencia por aquellos inocentes, y por aquella guerra que casi destroza su país. —¿Cómo conociste a Luz Aída? —cuestionó. —Salgamos de aquí —propuso Abel, le limpió con los pulgares las lágrimas. Malú estaba muy conmovida con el pasado de él. Volvieron a subir al auto, y la llevó a un almacén de ropa, Malú aprovechó para comprarse varios jeans, tops, camisetas, shorts, sandalias y zapatos deportivos. Luego de eso, Abel la llevó a comer en un sencillo restaurante, las mesas y sillas eran de plástico; él solicitó varias arepas rellenas de pollo, carne desmechada, lechuga tomate. —Unos meses después de aquella masacre, ella apareció por aquí —empezó a narrar. Los ojos de Abel estaban rojos e hinchados—, mi abuela y Luz Aída eran comadres, ella se había enterado la difícil situación por la que estábamos pasando, llegó en su silla de ruedas, con varios regalos para mi mad
Mafer y Eduardo llegaron al hospital, luego de presentarse con el padre Teo, hicieron un recorrido por las instalaciones. Mafer observó la gran cantidad de personas que asistían a consulta. —¿Qué vamos a hacer con toda esa gente? —cuestionó susurrando bajito—, no se puede cerrar todo el hospital. Eduardo se aclaró la garganta. —Tienes razón, pero yo no tengo idea de qué pensaban hacer Abel y tu hermana —indicó. Justo en ese momento ingresó impecable, y caminando con seguridad: Sebastián el alcalde, arrugó levemente el ceño, al reconocer a la hermana de Malú, y no ver a Abel. Se aproximó a ellos para indagar. —Buenos días, señorita, disculpe la demora —expresó con amabilidad, extendió su mano para saludar a Mafer. Ella correspondió el saludo, esbozó una sonrisa. —No se preocupe, acabamos de llegar —avisó ella, y notó que él miraba a los alrededores, como si buscara a alguien—, mi hermana no pudo venir, tuvo un… inconveniente. —Apretó los labios—. El diab… perdón Abel envío a su
Malú jadeó al escucharlo, resopló. —Debo llevarte a ver el otro lado de la moneda, y descubras por ti mismo, quién era en realidad esa mujer —expresó y enseguida notó el semblante descompuesto de Abel, se conmovió y suavizó el tono de su voz—, lo siento, no quise sonar insensible —se disculpó, se aproximó a él, lo abrazó—, lamento tanto que hayas tenido que pasar por todo esto —expresó con calidez, y se quedó pensativa. «Podías haberte convertido en un delincuente, o en uno más de esos hombres, pero saliste adelante, claro que, con ayuda de esa bruja, te utilizó, fuiste solo una pieza para llegar a destruirnos»El corazón se le agitó y se separó de él. —¿Ahora comprendes por qué la quise tanto? —cuestionó Abel. Para Malú era difícil comprender que alguien guardara sentimientos de cariño para ese mujer, pero luego de conocer esa barbarie, lo entendía mejor. —Lo sé, lástima que ella no lo hizo con buenas intenciones. —Suspiró profundo. —Vamos a la cancha del pueblo, les ofrecí ju
—¡Ganamos! —gritó Malú abrazando a las niñas con las que había hecho equipo y vencido a los hombres en un partido de futbol. A Abel el pecho se le hinchó, sonrió al verla reír y disfrutar con la gente del pueblo. —¿Deseas agua? —cuestionó él, y le extendió un botellín. —Gracias —respondió ella, y tomó la botella. —¡Abel, mijito! —expresó una mujer de edad avanzada, caminaba con un bastón. Él esbozó una amplia sonrisa, se acercó a ella, y con cuidado la abrazó. —Maestra Beatriz, qué gusto verla —mencionó con calidez—, veo que camina mejor. —Te lo debo a ti, con la prótesis nueva que me pusieron, camino bien, un día de estos nos pegamos un baile —mencionó carcajeando, y lo miró con cariño—, gracias por pagar mi operación. Abel le besó la frente, sonrió. —Será un honor bailar con usted —expresó con calidez—. No tiene nada de que agradecer, yo a usted le debo la vida, siempre estaré en deuda. Malú escuchaba atenta la conversación, y miraba con atención, suspiró profundo al oírlo
Malú y Abel llegaron a Cartagena, y mientras arribaban al aeropuerto, él le rozó con delicadeza los dedos de la mano de ella. A pesar de la angustia que el corazón de Abel percibía por lo sucedido con Mateo, era inevitable no evocar aquel instante en el cual le pidió a María Luisa ser su esposa; sin embargo, ese mismo día, había descubierto quién era ella en realidad.Malú inspiró profundo, durante todo el trayecto, flashes de su pasado iban llegando a su mente, aturdiéndola por completo. Se llevó la mano a la cabeza, y al igual que Abel rememoró aquella mañana de sol naciente. (***)Meses antes. Al día siguiente de su primera noche de pasión, después de que Malú se entregó a Abel, en cuerpo y alma, ella abrió sus ojos con lentitud, suspiró profundo al rememorar lo sucedido horas antes, de pronto frunció el ceño al ver que su novio no estaba a su lado. «¿Se habrá marchado?» se cuestionó temblorosa, pensó que quizás todo el cortejo de él, había sido solo para conseguir lo que ya ha
Al día siguiente: Mafer descansaba con tranquilidad en los fuertes brazos de Eduardo, él fue el primero en abrir los ojos, la contempló, estaba serena, apacible, entonces suspiró al recordar lo que había confesado horas antes. Eduardo con delicadeza le retiró varios machones que cubrían una de sus mejillas, entonces ella se removió, abrió sus ojos de golpe, y se encontró con los de él, la cabeza le dio vueltas. —¡Ay no! ¡Ay no! ¿Dime que no me sacrificaste? —Se llevó la mano a la frente. Eduardo ladeó los labios, elevó ambas cejas sin entender. —¿Sacrificarte? ¿Quién pensáis que soy, chiquilla? ¿Acaso crees que hago ritos?—Podría ser —murmuró ella—, lo que escuché la otra noche no era de este mundo —declaró aún ebria, volvió a pegar su cabeza al pecho de él. Eduardo soltó una carcajada. —Tranquila, que no pienso sacrificarte de esa forma —respondió sonriente, le acarició la cabellera. De pronto el sonido de un móvil alertó a Eduardo, no era el de él, se quedó pensativo, con de
Era aproximadamente la una de la tarde en Colombia, cuando Mafer aún seguía dormida, se había retirado la sábana, y su vestido se había corrido demasiado. Eduardo se había quitado la camisa, bebía agua de un botellín mirando por la ventana, aprovechando la brisa para refrescarse, el clima era muy cálido en esa ciudad. Cuando giró miró las largas piernas de Mafer, la garganta se le secó al ver la fina lencería que cubría su sexo, sus pupilas se dilataron, y de inmediato se dio golpes en las mejillas. —Pareces un adolescente hormonal —se recriminó, se aproximó a ella, y la cubrió con las sábanas. Él prefirió salir al balcón y beber todo el líquido, no pasaron muchos minutos cuando Mafer despertó de golpe. —¡Los pacientes! ¡El hospital! ¡El padre Teo! —Se puso de pie, se enredó con las sábanas, cayó al suelo, y cuando elevó su rostro, sus labios se separaron en una gran O, sus pupilas se dilataron, al mirar el torso desnudo de Eduardo, sus ojos se centraron en aquel firme pectoral,