Luego de que ambos habían rememorado sus primeros besos, y que Abel logró convencer a Malú de que entre él y Leticia no había nada, entre ambos hicieron el almuerzo, limpiaron la casa, jugaron un partido de Scrabble, y así finalizó el segundo día del encierro. Al tercer día, la rutina fue la misma, esta vez, luego de realizar las labores cotidianas, jugaron Jenga, pero empezaron a sentirse agotados, y decidieron irse a la cama. Abel se removía con inquietud en el lecho, gotas de sudor aparecieron en su frente, su pecho subía y bajaba agitado. Tenía una pesadilla, o más bien un antiguo y doloroso recuerdo de su infancia apareció en sus sueños. Apenas tenía ocho años, cuando aquel día, su jornada fue interrumpida, por balazos de ametralladoras. «—¡Al suelo, niños! —» fue el grito lleno de horror de la maestra. El corazón de Abel palpitaba con mucha fuerza, se agachó y metió bajo su pupitre, se aferraba a las patas de madera, mientras escuchaba aquellas detonaciones y el llanto
Eduardo revisaba su móvil, entonces notó que la llamada de Mafer, duró más de lo que ella habló, se llevó la mano a la frente. —¡No puede ser! —Ladeó los labios, divertido—, parece que eres una pervertida, y que te encanta escuchar lo que hacen otras personas. —Sonrió—, eres peor de lo que imaginaba Mafer Duque, toda una cajita de sorpresas. —Asintió. —¿Por qué me habrás llamado? —se cuestionó, miró la hora era tarde, y no podía molestarla, no era correcto—. Me comunicaré contigo en la mañana, ansío saber cuál es la insistencia en verme. —Como si fuera una adolescente miró la fecha y hora de la última vez que ella se había conectado a Wh@tsaap, notó que un minuto antes. “¿Estás despierta?” fue el mensaje que digitó. **** Mafer no había podido conciliar el sueño, sostenía su móvil en las manos, cuando de pronto le llegó un mensaje, abrió sus ojos con sorpresa. —¡Eduardo! ¡Ay virgencita este es el diablo, lo invoqué y apareció! Entonces leyó el texto, ladeó los labios, no iba a
Cartagena de indias, Colombia. Ocho meses antes. Dos meses habían pasado desde que Malú y Abel se conocieron; luego de que ella, no asistió a la cita, no se habían vuelto a ver, ni saber uno del otro; sin embargo, ninguno de los dos había podido olvidar lo sucedido en Bolivia, y menos cuando Aurora había filmado todo. «¡Quizás debí darte la oportunidad de tener una cita contigo!» se cuestionó Malú, suspirando pensando en él, se hallaba recargada en el balcón de su suite. Había asistido a un congreso de exportadores de café en Cartagena; disfrutaba del ruido que hacía el mar golpeando con la playa, y aquella suave brisa que le acariciaba la piel. De pronto escuchó quejidos, murmullos, palabras soeces. Abrió sus ojos y miró a lo lejos a tres hombres golpeando a un hombre, notó que el caballero se defendía como podía, pero era uno contra tres. «¡Montoneros!» expresó en su mente apretando los puños. No pensó un segundo en ayudar a aquella persona, corrió a la alcoba, sacó su arma y vo
Abel se acarició la mejilla, sus pupilas se dilataron, la tomó entre sus brazos y volvió a besarla. —Te dije que por cada bofetada recibirías un beso mío —habló con voz ronca. Se mojó los labios saboreándolos—, además lo que yo proponía era que te quedaras en el camarote, no lo que piensas, ¡eres una chiquilla pervertida! —Carcajeó. «Eres un idiota, encantador» pensó ella, sacudió su cabeza y lo empujó. —Caras vemos, corazones no sabemos, eres un desconocido —expresó con sinceridad. —Puedo dejar de ser un desconocido, solo dame una oportunidad. —Frunció los labios y juntó sus palmas—, soy inofensivo, además me debes una cita, me dejaste plantado. Malú rodó los ojos. —¡Eres el diablo! —exclamó, negó con la cabeza, inspiró profundo—. Estamos a mano, te salvé la vida —mencionó con seguridad. —¡Ahí están! —se escuchó. El corazón de María Luisa, retumbó, tomó el arma, decidida a disparar, pero Abel la haló de la mano y empezó a correr con ella hacia el muelle. —¡Te lo dije! —excla
Malú suspiró profundo al volver al presente, su cabeza reposaba en el pecho de Abel, ambos se hallaban recostados en una hamaca en el balcón de la alcoba de ella. —Te convertiste en un ángel en mi vida —repitió él. Malú elevó su rostro, lo miró a los ojos. —Aún no he podido sacarte el diablo que llevas dentro —expresó con voz temblorosa—, tengo miedo que aún tengas rencor en tu alma. Abel parpadeó se estremeció al escucharla, la comprendía bien, pero la duda le dolía en el alma. —Te comprendo, pero deberías darte cuenta de que en cada beso que te doy, te dejo mi alma, por completo —expresó con la garganta seca. Malú inhaló profundo, le brindó una sonrisa, y en eso el timbre del apartamento interrumpió el momento. Ella frunció el ceño. —¿Pediste algo de comer? —indagó a Abel. Él negó con la cabeza, frunció los labios. —No, para nada. —Voy a abrir —contestó ella. Malú se arregló el cabello, se colocó sus sandalias y se acercó a la puerta de madera y abrió, notó que en la puer
—Hola, preciosa —saludó Eduardo, sonrió ampliamente, con sus ojos la recorrió, se mojó los labios, y elevó una ceja al ver en dónde se hallaba sentada. Se aproximó y le besó la mejilla, inhaló su aroma a violetas, suspiró profundo. —Buenas noches —contestó Malú, sintió un corrientazo cuando los labios de él rozaron su mejilla, se estremeció, frunció el ceño, eso jamás le había pasado antes con ningún otro hombre, excepto con Jorge, su primo, a quién amaba desde que eran niños, y quien en realidad no llevaba la sangre Duque, pero al ser hijo del mejor amigo de su padre, era como alguien de la familia. —¿Has pedido algo de beber? —cuestionó Eduardo, sin dejar de verla, ni de sonreír. Tomó asiento a su lado. —No, aún no, te estaba esperando, imagino que prefieres whisky. —Frunció los labios—, seguramente nunca has probado un buen aguardiente colombiano. —Sonrió. Eduardo alzó la barbilla para mirarla. —Hay muchas cosas en Colombia, qué deseo probarlas. —La recorrió con descaro—, pero
Malú no había salido en toda la tarde, molesta con Abel, sin embargo, eso le había ayudado a él a preparar una gran sorpresa. Rememoró el mismo escenario de cuando tuvieron su primera vez, luego de dos meses de noviazgo. Una vez con todo listo, se aproximó a la puerta de la alcoba. —Malú, sale por favor —solicitó con voz pausada—, sé que me porté como un idiota, debes saber que los celos me cegaron, discúlpame, anda ven a cenar, por favor. Malú se hallaba recostada en la cama viendo Manifiesto en Netflix, frunció los labios al escucharlo. —Tengo sueño, solo quiero dormir —mintió sin abrir—, ya estoy con pijama. Abel inhaló profundo. —Sí sales te vas a llevar una gran sorpresa, te espero en veinte minutos —solicitó—, imagina que vas a cenar conmigo en un restaurante, vístete para la ocasión, es importante. Malú ladeó los labios y cerró los ojos. «¡Me encantan las sorpresas!»Tiempo después Abel caminaba impaciente, habían pasado treinta minutos y ella no aparecía, resopló desa
Abel antes de llevarla a la alcoba se inclinó ante ella, y le robó un dulce y cálido beso. —Espera un momento —solicitó, ladeó los labios con esa expresión tan sensual que derretía a Malú. Ella se limitó a asentir, y esperar. Abel se movió con rapidez, Malú notó que sacaba algunas cosas de unas bolsas que no alcanzaba a distinguir y luego desapareció en la alcoba, al cabo de unos pocos minutos él volvió a aparecer, la expresión de su mirada parecía destilar fuego y eso encendió la piel de la joven. —Está listo —carraspeó con voz ronca. Ella se sobrecogió, todo su cuerpo se erizó, ya no había marcha atrás, era ahora o nunca. Enseguida él la cargó en sus fornidos brazos y la llevó a la alcoba. Los ojos de Malú se abrieron con amplitud al ver las velas con aroma a rosas que él había colocado en las mesas de noche y en la cómoda. Desde la playlist de Abel sonaba: «Amante del amor by Luis Miguel»Malú inhaló aquel aroma, era exquisito, pero aún más la fragancia a pino que desprendía