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Todos los capítulos de Hijas de la Traición: Capítulo 31 - Capítulo 40
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Capítulo 31. El bautismo del hombre bueno.
Aristo estaba sentado en la orilla de la playa encima de un mantel blanco que Sam había puesto en la arena debajo de uno de los toldos. Estaba descalzo y vestía solo un pantaloncillo y una camiseta del mismo color. Sonrió ante su aspecto, pero al parecer fueron ordenes de las niñas que se querían asegurar de que estuviera rodeado del color de la bondad. Samantha se había marchado a ponerse su traje de baño y buscar a las gemelas; y su padre a cambiarse de ropa por algo más acorde a la playa, por lo que se entretuvo mirando las olas, amaba el mar y vivir en la isla le ayudaba a mantenerse relajado. Aspiró el aire salado y fresco de la mañana y puso su mente en blanco, la meditación fue una parte fundamental de su vida años atrás y se propuso recobrarla. Las risas de las niñas le alertaron de su presencia y abrió los ojos sintiéndose mejor que en mucho tiempo. El haber elegido creer a Samantha fue liberador. Sonrió al ver al grupo que se acercaba, los trajes de baño de las niñas y d
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Capítulo 32. Una llegada inesperada.
Dieciocho días habían pasado desde que Aristo se había marchado para internarse en el centro de apoyo terapéutico y desde entonces no tenían noticias de él. Aunque Flavián le decía que si no llamaban era que todo iba bien, Sam no podía dejar de preocuparse. A pesar de que todos los días peleaban como perros y gatos y la mayoría del tiempo quería matarlo, ella lo extrañaba, tal vez no al hombre en el que se convirtió después de que pensó que ella lo había traicionado, si no al hombre que vislumbró antes de que se marchara y que se parecía al Aristo del que se enamoró. Y al parecer hasta las niñas lo extrañaban. ―¿Dónde está hombre bueno, mamá? ―preguntó Aly. ―Aristo tuvo que marcharse para completar su trasformación, volverá dentro de unos días ―respondió Sam. ―Quiero ver si la magia es para siempre, mamá ―aseguró Ady, que era la que mejor se expresaba. Su boca estuvo a punto de ser imprudente y decirles que dejarán de llamarlo hombre malo o bueno y que comenzaran a llamarlo papá,
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Capítulo 33. Como dos gotas de agua
La confusión llenó el rostro de Demetrios, se separó un momento para mirar a Alec. ―¿Tú maman, Alec? ―preguntó con voz temblorosa. ―Pappas, no recuerdo casi nada de mi vida, hace unos años desperté sin saber quién era, estaba en la costa de Francia, no tenía documentos, durante un día caminé en estado de confusión, me dolía la cabeza y tenía una protuberancia del tamaño de un huevo en la frente. Una anciana me brindó refugio y me dio de comer, después llamó al médico. Me llevaron al hospital, me hicieron exámenes, tenía una contusión y sufría de amnesia por el golpe que tenía en la cabeza. La policía asumió que era francés por como hablaba el idioma, no pudieron dar con mi identidad. Me quedé con la anciana, se llama Amelie y como era un pueblo frente al mar me hice pescador. Hasta que hace poco vi una foto de Aristo en la prensa que regresaron los recuerdos de mi niñez, supe que mi nombre era Alec Christakos y que vivía en Grecia. Tuve que investigar para llegar hasta aquí. ¿Mi mam
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Capítulo 34. Botón de silencio
Al llegar a la terraza se encontraron con que Demetrio estaba hablando por teléfono con su médico personal, un reconocido neurólogo. ―Lo llevaré contigo entonces. ―dijo Demetrios antes de cerrar la llamada. ―¿Me verá un médico? ―preguntó Alec. ―Sí, esta tarde te verá el doctor Vasileiou, es neurólogo y mi médico tratante ―respondió Demetrios. ―¿Has estado enfermo, pappas? ―Tuve un ACV hace algunos años, pero estoy mejor. Demetrios no le contó a Alec que fue producto del dolor que le produjo su desaparición, no tenía sentido hacerle sentir culpable. ―Sam, ¿puedes decirle a Flavián que me envíe el helicóptero dentro de una hora? ―Pidió su suegro. ―Por supuesto, Demetrios, ¿Y a donde le digo que vas? ―Al hospital, dile que tengo una cita de control. ―Samantha, ¿irás con nosotros? ―preguntó Alec. ―No, no quiero dejar a las niñas solas con el servicio. ―¿Y no podrías traerlas con nosotros? ―No sin su padre, desde el secuestro hemos evitado exponerla a la prensa y cuando te vea
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Capítulo 35. Sin recuerdos
Alec se mantuvo callado durante todo en el viaje desde la isla a Atenas, no quería hablar con su padre para que el piloto no descubriera que no era Aristo. Por su parte Demetrios se dedicó a platicar con el piloto para llenar el incómodo silencio. Una vez en la consulta el neurólogo escuchó el relato de Alec, pidió una resonancia de su cerebro y un encefalograma para verificar que su amnesia no fuera productos del golpe recibido. Al final de la tarde se reunió con Alec y Demetrios para dar su diagnóstico. ―Primero que nada, querido amigo ―dijo refiriéndose a Demetrios ―, quiero felicitarte por haber recuperado a tu hijo, la prueba de paternidad confirma con un 99,97 por ciento de que este hombre es tu hijo. ―Ya eso lo sabía, pedí la prueba porque Alec así lo quiso. ―No quería ni un asomo de dudas de quien soy ―explicó Alec con una sonrisa. ―Alec, los exámenes a los que fuiste sometido demuestran que tu cerebro no fue afectado por el golpe del accidente, por lo que te puedo decir
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Capítulo 36. Una sorpresa para Aristo
Aristo salió del centro de rehabilitación esperando encontrarse con Flavián. Su sorpresa fue mayúscula al ver a Sam en su lugar, una gran sonrisa asomó a su rostro que se desvaneció al ver la mirada aprehensiva de su esposa. Algo malo debió de ocurrir para que ella estuviese allí en lugar de su jefe de seguridad, sobre todo cuando él le pidió que no saliera de la isla. ―¿Qué ocurre agápi mou? ¿Le ha pasado algo a mi padre? ―preguntó Aristo con preocupación. El corazón de Sam dio un salto al escuchar que la llamaba amor mío, como en los inicios de su matrimonio. ―No, tu padre está bien, pero si ocurrió algo ―dijo Sam ―ven subamos al coche para que podamos hablar, es delicado por lo que dentro solo está Flavián conduciendo y él lo sabe todo. Aristo asintió, su jefe de seguridad bajó en ese momento para tomar su maleta y meterla al portaequipaje del vehículo mientras ellos subían a la parte trasera. ―No quería que te enterases por la prensa amarillista por eso vine en persona ―dijo
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Capítulo 37. Caballitos al mar
El helicóptero donde Aristo y Samantha regresaban, sobrevolaba la casa Christakos en la isla. En la terraza Alec se paseaba nervioso esperando a Aristo, por la señora Agnes se enteró de que su hermano y Samantha estuvieron separados desde su desaparición hasta el secuestro de las niñas. Ellas vivían en Londres cuando eso ocurrió. También le comentó que su padre conoció a sus nietas cuando la policía las llevó a la isla y que su hermano casi no tenía relación con sus hijas. No sabía que pasaba entre Aristo y Samantha, pero esperaba que por el bien de las niñas hubiese una reconciliación permanente porque las gemelas eran adorables y la alegría de esa casa. El helicóptero se posó en el helipuerto y Aristo bajó del aparato, de inmediato se giró para ayudar a su esposa a descender. El corazón de Alec dio un vuelco al ver a su hermano y tuvo que contenerse para no salir corriendo a abrazarlo, los recuerdos de él eran los más bonitos que tenía en su memoria. Cuando los vio salir del área
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Capítulo 38. Una oferta para Aristo.
―¿Cómo se tomó Aristo la noticia? ―preguntó Demetrios. ―Mejor de lo que esperaba, podrán tener sus diferencias, pero son hermanos. ―Siento que este Alec es que debió ser si Colette no los hubiera separado, mi hijo era un niño, noble, cariñoso y bastante dulce. En cambio, Aristo era el travieso y el instigador de todos los planes y travesuras. Alec era quien lo seguía a todas partes ―reveló Demetrios con nostalgia. ―Solo espero que formen una sólida relación antes de que los recuerdos de Alec regresen ―indicó Sam ―Aunque Aristo decidió creer en mí, necesito que tenga la confirmación de que nunca hubo nada entre Alec y yo. Que tenga la seguridad de que las gemelas son sus hijas. ―Si es que sus recuerdos regresan, no tenemos garantía de eso, quizás los recupere por completo o quizás solo parte de ellos ―explicó Demetrio. Sam deseo que estuviese equivocado. ―Voy a dar algunas instrucciones para la cena y pedir una jarra de agua de coco para los caballos, de seguro vendrán sedientos.
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Capítulo 39. Una visita indeseada.
El día anterior al bautizo comenzaron a llegar los invitados que se alojarían en la isla, personas de la alta sociedad griega que hacía mucho que Samantha no veía y que en el pasado se comportaron con ella de forma despectiva. Para los invitados que pernoctarían en la casa se dispondría de varias opciones de alojamiento: la casa de invitados, el antiguo apartamento de Aristo en el ala este del segundo piso y parte de las habitaciones disponibles en el apartamento de Alec que este cedió amablemente. El único lugar que permanecería sin visitas sería el último piso de la casa. En ese aspecto, Samantha fue inflexible, era su lugar privado y no quería intrusos allí. También llegarían varios yates que pernoctarían frente a la isla y se unirían a la ceremonia por la mañana. Aunque a Sam le molestaba que se hubiese invitado a París Papadopoulou, no dijo nada por tratarse de la hija menor de Théo Papadopoulouel el mejor amigo de Demetrio. Cómo señora de la casa hizo la distribución de las h
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Capítulo 40. El monstruo verde asoma su fea cabeza.
El último helicóptero que llegó al final de la tarde traía a dos mujeres, la primera de ellas y la más esperada, la madrina de las gemelas, la tía Joy Méndez, que había hecho un alto en su gira para ir al bautizar a las niñas. La segunda mujer que descendió del aparato era una pequeña pelirroja de penetrantes ojos verdes, era Emma Gardener, la CEO que manejaba los hoteles de Alec, y a quien Aristo decidió invitar en el momento en que su hermano recordó su nombre. ―¡Joy! Qué alegría verte, te he extrañado mucho ―exclamó Samantha abrazando a su mejor amiga. ―Y yo a ustedes. Por su parte Aristo le daba la bienvenida a Emma. ―Agápi mou, te presento a Emma Gardener, la CEO encargada de manejar los hoteles de Alec, sin su apoyo no sé qué habría hecho. ―Es un placer conocerla, señorita Emma, bienvenida a nuestra casa ―dijo Sam con una sonrisa sincera. ―Llámeme, Emma, señora Christakos, es un placer para mí ser incluida en su celebración. ―Entonces tendrás que llamarme Sam. ―Gracias, S
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